Era verde y oro. Muchos la odiaban. Odiaban lo que representaba, y claramente se ve, en la película ‘Invictus’, cómo un niño negro de un refugio rehusa ponerse una buena camiseta porque sus compañeros lo golpearían al tener la camiseta de los ‘Springboks’, esa selección sudafricana que solo tenía a un negro en el equipo, en 1994, y que perdía irremediablemente. Esa selección que luego apoyó Mandela y a la que vio, inteligentemente, como un modo en el que un deporte podía unificar y darle identidad a una nación fragmentada, Sudáfrica. Esto solo es una prueba de lo que significa la relación entre moda y deporte, y lo poderoso que puede llegar a ser un color o una prenda en uno de los fenómenos de masas más fascinantes del siglo XX .
Hasta el más despreciativo de las reglas del estilo se imbuye de una nueva identidad, de una identidad colectiva y pertenecedora a los gladiadores que representan sus ilusiones y sus sueños. En el caso de los ‘Springboks’ fue el rubgy. Pero hay un ejemplo que ilustra una historia más poderosa: El fútbol sóccer, en Sudamérica y Europa. Este , a través de su historia, ha configurado a través de un solo deporte simbolismo, política, y sobre todo, moda. La camiseta deja de ser una camiseta cuando a través de ella se establece identidad, territorialidad, identificación, y un negocio redondo que mueve millones con tan solo imprimir la figura del héroe de la esférica en su espalda.
No por nada, en un país de discusiones baladíes, el diseño de la nueva camiseta de la Selección Colombia era un tema más en tan infame lista. La Selección Nacional produce tantos amores, odios y pasiones, así como identificaciones, como los ‘Springboks’ de Francois Pienaar. Esta, desde su apogeo, que comenzó finalizando los 80, hasta su estruendosa caída y resurgimiento en la última eliminatoria, ha contado una historia épica de triunfos, derrotas y desengaños. No es exagerado decir “épica” cuando hasta en sus victorias se pronuncian líderes políticos, y sus derrotas miden el ánimo de un país que solo se halla a sí mismo a través del fútbol y sus protagonistas. Olvídense de Simón Bolívar o Policarpa: Tanto ellos como los políticos representan un estado de ánimo transitorio, y hasta olvidable en un país que es desmemoriado para lo históricamente relevante. En cambio el ‘Pibe’, el ‘Tino’ Asprilla e Higuita, por otro lado, siguen siendo recordados por generaciones, sean amados u odiados.
En un país que carece de líderes creíbles y de mitos que a cada rato se derrumban, ellos y las estrellas de la selección actual sirven de modelo para muchos que, como ellos, desean repetir una historia de superación: del barrio de clase media o de la pobreza pasaron a ser vitoreados como nuevos gladiadores, y a tener lo mejor que el mundo moderno puede ofrecer gracias a ello. ¿Quién quiere ser un oficinista, cuando James Rodríguez, con menos de 25 años, tiene el mundo en sus manos gracias a su talento?[1] Uno donde a veces se forja en lugares donde no hay recursos para cultivarse, o donde hay historias de trabajos que son tan buenamente, y de qué manera, recompensados.
Los héroes están en la cancha, y por su veneración visten su camiseta, pagan euros de más por su nombre detrás, se cortan el pelo como ellos, y estos mismos reemplazaron a los top models en marcas de lujo como Armani, Dolce y Gabbana o Calvin Klein. Falcao, Cristiano Ronaldo o Messi son una pantalla más creíble y más grande a la hora de lucir moda, y de ser un modelo claro de cómo esta permea la cultura de masas. Cristiano y Beckham venden glamour. Messi vende lo opuesto, y Falcao está en el medio. Y todos venden goles.
Los goles y sus figuras mediáticas son una combinación poderosa para poder afirmar que en los últimos años, más que nunca, el fútbol se ha combinado con la moda de una manera poderosa. Pero más allá de eso, está el elemento de la camiseta. Más allá de lo que Armani o grandes firmas hacen con las selecciones, está el hecho de lo que puede representar que uno de los héroes ‘pertenezca’ a un conjunto [2], se pase al rival. De tener que llegar a matar porque otro vista la camiseta del equipo odiado[3]. De la historia de un país con sus cambios políticos y sus victorias triunfales. Lo que encierra una selección como la española o la argentina, por ejemplo, a través de su camiseta y la historia de su selección[4], se puede comparar con la historia de la Selección Colombia y lo que significó para un país que Higuita se dejase vencer por Roger Milla para jugar en el momento decisivo de las más altas instancias a las que ha llegado el país en el Mundial, o que Andrés Escobar fuese asesinado miserablemente por un autogol desafortunado, o las lágrimas de desconsuelo de Mondragón ante la eliminación certera por parte de David Beckham en 1998, por no hablar de los momentos de gloria, como el 5-0 preámbulo de la tragedia.
Toda la Colombia de los 90 y de la primera década del siglo XXI, la de los hombres de a pie que compraron la camiseta y la vieron caer para las eliminatorias de 2002, 2006 y 2010, está ahí. Esos mismos que lloraron de felicidad y celebraron en un estadio lleno de amarillo en Barranquilla porque luego de tan humillantes trances, vieron a su selección como la mejor rankeada de la Fifa, y lo mejor: Clasificada.
Y ahora les vienen a cambiar la camiseta. Aquí comienza esta historia.
De verdad, ¿qué querían representar?
Me identifico, personalmente, con la frase de Juan Villoro en ‘Dios es redondo’: ‘Los fans de tendencia epidérmica no son cautivados por el espíritu sino por el aspecto de su equipo. Fanáticos de ciertas rayas y no de otras. Esta atracción textil dura con mayor facilidad. Aunque la camiseta sea infamada por anuncios comerciales, el forofo de escuela cromática tendrá ahí perenne razón para creer” (Villoro, 2004, p..18). Hay dos interpretaciones para esto: La imagen sí lo es todo, y entre ‘mejor’ la marca, más allá del color, más grande es el prestigio, tal y como me explicó Fiorella Cavalli, experta en fútbol. En este caso, tenemos a Adidas, una gran marca deportiva, pero tal y como a muchos amantes apasionados del fútbol, fue mucha mi decepción al ver que la nueva camiseta de la Selección Colombia tenía unas rayas que muchos asociaron con la camiseta ecuatoriana. Y no hay nada peor que eso: Parecerse a una selección rival de un país históricamente rival[5], como lo mencionaron algunos de los tuiteros amantes y expertos en fútbol que consulté.
Y por eso (y por otras cosas más) yo, al igual que muchos que sí son verdaderos fanáticos del fútbol, no recibí con agrado las nuevas rayas de la camiseta de la Selección. “¿Por qué Adidas cambió un diseño ganador? Con unas modificaciones hubiese sido suficiente. Me asaltan las dudas: ¿Hubo estudio de mercadeo de parte de Adidas y la FCF? ¿Cómo es que la FCF se dejó manejar así de Adidas?”, afirma Shirley Aponte B., quien considera que haber puesto el diseño para simbolizar el sombrero vueltiao, el cóndor y el blanco para simbolizar la paz, fueron insustanciales para hacer que una camiseta como la de la selección pudiese atraer al público, que quizás compre la camiseta por valor sentimental (“llevamos 16 años sin ir”, me dijo un amigo), y otra facción que pelee por su costo (170 mil pesos), y por su diseño.
La camiseta te identifica, te personaliza, te hace pertenecer. Sea desde la tradición o porque te unes al furor momentáneo. Y por eso, sí, una camiseta y su diseño llegan a ser un asunto nacional. Por las rayas, por el color, por el complemento cromático. El hecho de vestirla, y de que tu héroe contemporáneo la use, más toda la estrategia de un logo, y que gracias a esto tú compres todo (o no), hacen que esto sea un campo de la moda que se debería tomar en serio. Marca, mas ropa deportiva, más significación y elección. La moda a través del deporte también genera opinión. “La marca eleva el prestigio del club”, me explicó Fiorella Cavalli, al preguntarle sobre la incidencia de una marca u otra en la construcción de una camiseta.
Ellos la aman, los demás la odian
Por su parte los jugadores respaldaron la escogencia de esta nueva camiseta. Adidas tuvo que defenderla, pero aún así fueron bastante criticadas en cuestiones de diseño. Y sobre todo si se trata de identidad nacional: No puedes meterte con un símbolo sin investigar. Este episodio recuerda cuando hace unos años la compañía Lotto fue la encargada del diseño de la camiseta de la escuadra nacional, en esa ocasión a la tradicional camiseta amarilla se le agregaron varias franjas horizontales de color azul y rojo que no cayeron bien entre la afición. En un artículo que realicé para el medio que trabajo, dejo perfectamente clara la opinión de profesionales.
Juan Pablo Socarrás piensa en el error que se comete al tratar la identidad país con literalidad, al no investigar ni saber lo que es la identidad colombiana (y si no se ha sabido en 200 años, ¿qué les hace pensar que Adidas lo sabrá ahora?).. Y por supuesto, los hinchas están menos de acuerdo. “No compraré la nueva camiseta, es un diseño sobrecargado. Si quieren hacer un homenaje al sombrero vueltiao…pudieron haber hecho algo distinto. Además, ese detalle de eliminar el rojo por blanco (por la paz ¿?) no me gustó nada…”, dice Shirley Aponte B. ¿Qué se hubiera podido hacer, en este caso? Elección popular. Tal vez. Lo que sí está claro, es que el deporte merece más atención de la industria.
¿Por qué el fútbol sí y los otros deportes no?
En la victoria se ve a un país que adopta las costumbres sartoriales de sus ídolos, aunque ninguno es tan poderoso como la maquinaria incansable del fútbol, que puede congregar más adeptos de última hora, moderados o furibundos, constantes o variables, dentro de sus filas. Los trajecitos rojos y las cachuchas de Juan Pablo Montoya en 1999 pasaron al olvido cuando su estrella refulgió y se apagó de pronto en la Fórmula 1. Tal vez muchos muchachos dentro de las montañas antioqueñas o boyacenses desearon ser un Lucho Herrera, no tal vez llegando a representar su poderosa imagen ensangrentada en los años 80, o un Nairo Quintana, pero no llegaron a vestir su traje. Y aunque hay reverencial respeto por lo que hizo Mariana Pajón en los Olímpicos, no hubo una fiebre inmediata por usar las marcas que ella llegó a representar el año pasado (aunque sí la hay por practicar su deporte).
Cosa que no pasó con el ‘Pibe’ en la eliminatoria para Estados Unidos del 94, donde todos usaban sus pelucas, o con las camisetas de Falcao o James. Es más probable ver, como símbolo de estatus y aspiracionalidad, a un hombre promedio colombiano usando una camiseta del Barcelona o Real Madrid (donde cuentan tanto la tradición, como los goles y sobre todo la cantera de estrellas), que una cosa que usara un multimedallista Olímpico. En un espectro donde hay tanto talento para otras disciplinas, el fútbol, y más que nunca en estos momentos, siempre las ha opacado a todas, sobre todo a la hora de hablar de apropiación.
Obviamente, esto es cultural. En países como Estados Unidos un Cristiano Ronaldo puede seguir siendo un ejemplo de estilo, y competir de tú a tú con un Tiger Woods o un Michael Phelps, pero solo porque la figura misma del fútbolista estrella (o golfista o nadador) ahora tiene que imbuirse de glamur y de espectáculo al mejor estilo de nuestros tiempos . Y nuestros tiempos demandan consumo de moda para crearte a tí mismo. La moda crea tu imagen, la marca te pule, tú hablas con la marca y creas estilo y relato del mismo. Puede que exista una nueva versión de Beckenbauer, o un crack con el genio de Garrincha, pero sin imagen no es nadie.
Hasta el mismo Lionel Messi proyecta modestia dentro de su cuidada imagen. No por no ‘pasársela dentro de la peluquería‘, como mencionó Joseph Blatter al criticar a Cristiano Ronaldo, no deja de tomar decisiones estilísticas que dan para temas que van más allá de sus marcas, sus pases y sus goles, como se ha evidenciado en sus apariciones públicas importantes en este año, la más importante, la de su traje de lunares, imitando o apropiándose de la mítica figura de otro de los grandes, Diego Armando Maradona. Ahora bien, ¿qué queda? Más allá de imitar al héroe contemporáneo, está la sensación colectiva. Así como los sudafricanos terminaron colocándose la verde y oro para apoyar a su selección (que por demás ganó el Mundial de Rubgy ese año), los colombianos, pese al diseño de la nueva camiseta, terminarán adquiriéndola para el Mundial del año entrante. Porque al fin y al cabo, qué importa cómo se vea, piensan algunos, cuando lo importante es apoyar a una Selección que sí nos representa a pesar de que vista una camiseta de la que no podamos decir lo mismo. De eso siempre se trata.
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