Que Kate Middleton repita vestido no es nuevo. En la política todo es una actuación pública. Incluso la ropa que usan las poderosas, se usa para dar un mensaje propagandístico.
“Augusto se ufanaba en privado de que Livia solo usase vestuario modesto, y la tuviera subyugada bajo su voluntad. Esa misma noche Livia trató de ridiculizar a Augusto, y apareció ante la mesa de la cena con los vestidos mas fantásticamente lujosos que pudo encontrar, so pretexto de que eran los vestidos ceremoniales de Cleopatra”
Yo, Claudio, Robert Graves.
¿Qué tienen que ver Kate Middleton, Michelle Obama o Cristina Kirchner con esta cita? Una sola cosa: El vestuario como poder propagandístico, como postura política. Austeridad o derroche siempre han sido los dos lados de la balanza política que a través de la historia han contribuido a una postura, a una historia, y porqué no, a sus revoluciones. Augusto, el primer emperador romano, da una imagen de sencillez y trabajo, acorde con su ideal de una Roma dispuesta a ser un Imperio donde se construiría y se trabajaría por un ideal de grandeza. Livia, la primera dama de la Historia Antigua, era ejemplo de candidez matronal, en apariencia.
Mas allá del estilo o la falta de este, la propaganda que trasluce el costoso vestido de una reina árabe, o la pretendida austeridad de una emperatriz romana, están indefectiblemente unidos a su vestido y a la actuación que pretenden darle a un pueblo deseoso de ver en sus atavíos el símbolo de un poder establecido, sea este inalcanzable o no.
Lo que hizo Kate Middleton no es nuevo. Los medios reseñaron como una gran noticia que ella “repetía” los vestidos, y se atrevieron a interpretar que la Duquesa de Cambridge lo hacía con motivo de la crisis europea. Si bien la economía y sus cambios son grandes determinantes en tendencias y consumo de moda, también es muy importante lo que dicen los estamentos de poder sobre esta, al usar determinados modelos y adaptar estilos. Lo que hizo Middleton ya lo había hecho antes la madre de la Reina, Elizabeth Bowes Lyon, aunque en sentido contrario. Llenó sus vestidos de color, aunqu para dar esperanza a las poblaciones arrasadas en la Segunda Guerra Mundial.
Y ahora en tiempos donde se critica a Asma Al Assad, la esposa de Bashar Al Assad, el sanguinario dictador sirio, por su derroche y estilo (como se ve en este artículo de la Revista Semana) ante una nación destruida por su marido, es oportuno que el estamento occidental y sus figuras se muestren, aunque sea en parte, como símbolos consonantes con la situación de sus dirigidos.
Por eso “adoran” que Letizia se vista de Zara, por eso es “grandioso” que Michelle Obama, muy lejos de su predecesora Jackie Kennedy -que encarnaba una época de posguerra de prosperidad que avanzaba según nuevos cánones de glamour, y que contagió a toda la sociedad de su estilo- sea un modelo representativo de las mujeres de clase media WASP y no WASP norteamericanas. Una posición que “identifica” a los poderosos con el pueblo, según conveniencia. No es que Anna Wintour, activa miembro de la campaña de relección de Obama, sea ahora una figura representativa de los demócratas, y por eso las élites educadas de las dos costas se vuelquen a votar por el Presidente americano, no. Pero la imagen si cuenta, sobre todo a la hora de ganar simpatizantes.
Yo soy como ustedes.
Que se haya vendido como pan caliente el anillo de compromiso de Kate Middleton, en su versión china de un dólar, es una muestra que a pesar de haber superado el periodo de la “moda aristocrática” que Gilles Lipovetsky mencionaba en el Imperio de lo Efímero, el consumidor y la gente siguen adaptando lo que esta ya especie, casi en extinción, usa. A Kate Middleton la copian en todos lados, y a Yulia Tymoschenko, ex primera ministra de Ucrania, se hace famosa por sus trenzas campesinas y es retratada así en Elle.
Este fenómeno es mejor explicado por la columnista de moda del Washington Post, Robin Givhan, para el portal español Mujeres, Poder y Política “La moda se usa en política como una manera de mostrar solidaridad y respeto. Cuando un político gentilmente acepta una camiseta con el logo de una escuela o se pone una gorra con el logo de un sindicato, es una manera de anunciar: “soy uno de ustedes”. Cuando los jefes de estado visitan países extranjeros y usan la vestimenta tradicional de esa nación, es una manera de mostrar respeto y comprensión mutua. Nuestra ropa nos identifica como miembros de una tribu particular de la misma manera que lo hacen nuestro acento o nuestra jerga. Tendemos a confiar en la gente que habla como nosotros. También tendemos a sentirnos más cómodos con aquellos que se visten como nosotros.”
Eso explica porqué personajes como Kate Middleton, o Michelle Obama son convertidos en íconos de moda. O porqué Eva Perón llegó a ser tan querida entre sus descamisados, o porqué Tony Blair, inclusive, llegaba a la oficina sin corbata y exigieran que le dijeran “Tony”. La informalidad es el sinónimo de modernidad, la clase media tiene el poder. Kate Middleton es una de nosotros pero ya pertenece a ellos. Michelle Obama salió de la clase media y llegó al poder, y a fin de cuentas “nos representa”. Así lo pueda hacer mal, o contribuir a la tiranía. Chávez, Gaddafi o el Ayatolah Jomeini, e inclusive Hitler, son pruebas de que vestirse “como el pueblo” también sirve para no solo darle una idea de quien es, sino para atraer ante estos personajes una ciega adoración personalista.
Porque la figura del poder y la moda va mas allá de una posición; también va ligada a lo suntuario. Lo suntuario eleva. James Laver, en su Breve Historia del Traje, habla de la emperatriz bizantina Teodora, la emperatriz icónica del esplendor bizantino “Fue una consorte admirable. Estuvo rodeada, por supuesto, de toa la pompa eclesiástica que rodeó a su marido (…) iba con una larga túnica blanca, adornada con una cenefa vertical bordada. Sobre los hombros, cubriendo el pecho, llevaba la maniakis, adornada con bordados de hilos de oro y piedras preciosas(…) en la cabeza llevaba una diadema, incluso mas espléndida que la del emperador” (1982)
Lo suntuario, lo lujoso, hacía que el poder real fuera claramente representado, como una esfera desligada de lo mundano. Aunque la realeza no tenga verdadero poder hoy, sigue siendo reseñada por lo que usa en eventos públicos, por su imagen, por sus modos, y acciones. Y la reproducción de la moda de esta, y la adaptación de los modos del pueblo, son dos ejemplos que predominan en esa construcción.
Yo no soy como ustedes: El objeto del odio.
Rania de Jordania y Cristina Fernández de Kirchner no fueron tan infortunadas como Maria Antonieta, pero tienen algo en común: Han sido condenadas en la esfera pública por precisamente, usar lo suntuario hasta niveles desbordados, y alejarse así completamente de la realidad (como dicen sus opositores) de su pueblo. Y siempre han sido rodeadas por estos dilemas. Maria Antonieta en tiempos, y sus largos coiffiures representaban la decadencia y el derroche de una clase que ya no representaba a los franceses. Y aunque ella hace mucho tiempo había adoptado una pose de “naturalidad”, a tal punto de causar escándalo en la corte de los tardíos 1780 con sus batas de “campesina” (siguiendo en ese tiempo la onda de Rousseau y otros intelectuales europeos que abogaban por lo salvaje como el estado ideal del hombre), eso si, sin ninguna posición o pretensión política, valieron más los años de extravagancias versallescas para los revolucionarios, y para su paso por la guillotina.
Algo similar le ocurre a Rania de Jordania en el siglo XXI. Hoy en día, en una Europa agobiada por la crisis económica, las primeras damas y líderes femeninas del Viejo Continente optan hoy por la austeridad. La primera dama francesa , Valerie Trierweiler, se hace ver “menos vanidosa” que su antecesora, la glamurosa Carla Bruni. Pero Rania no tiene por donde optar: Acosada por los islamistas que la condenan por su glamour, al mismo tiempo es azuzada por los progresistas que la consideran la primera princesa árabe que se adapta a estándares internacionales.
Para un país que no hizo parte directamente de la “primavera árabe”, pero que está en medio de un islamismo extremista, y así mismo, entre los intríngulis de la modernidad, Rania representa en la moda lo que representó- eso si, sin tiranías ni violaciones a los DDH- el Shá de Irán en los años 70: Un símbolo de modernización agigantada, forzada, fuera de lugar, pero también muy a tono con las clases ilustradas de los países árabes, y sus sectores menos radicales. ¿Acaso debe vestir como una musulmana típica para representar a las mujeres de su país? ¿Debe ser ella símbolo religioso en un estado que no lo es del todo, y que tiene un fuerte laicismo? ¿Se le debe nombrar como la nueva Madame Déficit cuando quizá no representa el ideal de austeridad islámico, y ni siquiera a esta religión en sí?
En los lados latinoamericanos, Cristina Fernández de Kirchner ha sido la mas criticada de los mandatarios por sus atuendos, y por su descomunal gasto en sus atuendos y producción (gasta solo 110 mil dólares en zapatos y tiene LV y Hermés según The New York Post) Comparada con Imelda Marcos y su amor por los zapatos, fue condenada moralmente por gastar mucho en su persona en un país que aún no se recupera del todo de lo que ocurrió en 2000. Siempre criticada por sus compras compulsivas y amor por la moda, respondió esto en Radio 10 de Argentina : “ “Nunca me gustó disfrazarme de lo que no soy, ¿tendría que disfrazarme de pobre para ser una buena dirigente política? Yo siempre me arreglé y me pinté como una puerta. No es un pecado tener dinero en tanto y en cuanto no se lo haya robado y se lo haya ganado con talento y trabajo“. Lejos de Evita Perón y su imagen de entregada alma de los descamisados y los villorrios de Buenos Aires.
Esto cambió apenas murió su marido. Su viudez volcó al país a apoyarla, y a ver como siempre vestía de negro. Pero una vez más, esto fue otra postura política que usó a su favor. Este fenómeno es analizado por Alejandra Boldo en el blog Día a Día: “El protocolo nada señala sobre el tiempo que debe mantenerse el luto, aunque su utilización como herramienta política no es nueva en la historia argentina. Pero no hay antecedentes en el país de un tan extendido duelo por parte de un presidente. El luto ¿eterno? de Cristina es un dato central de su actual imagen, sobre todo si se tiene en cuenta cómo lo está capitalizando en el año electoral por el que atraviesa el país.” Varios expertos en moda e imagen estuvieron de acuerdo en esta postura, tal y como lo menciona Laura Malpeli en el artículo “Va más allá de lo que pueda llegar a inferirse a nivel protocolar. Esta percepción llega, incluso, a los públicos opositores o indiferentes a ella por lo que se asegura poder plasmar la imagen de luto en todos los electores”, detalló.
¿Es quizá lo suntuario una falta de tacto ante un momento político? Así parece, aunque Hillary Clinton nunca ha salido bien librada de esto, al mencionar un ejemplo de un país ultrapoderoso y un puesto representativo. Cuando se acusa de falta de suntuosidad y de lujo, se atina mas a una percepción estilística que a una postura política. Y eso lo veremos en el segundo capítulo, donde Colombia ha ligado el uso de sus prendas, desde la Colonia, a sus guerras civiles y enfrentamientos seculares.
Parte 2: Posturas políticas- Situación Colombiana.
Bibliografía:
Laver, James. Breve historia del traje y la moda. Editorial Cátedra, Madrid, 1982.
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De Maria Antonieta, el paro y la primera dama en Vogue | Portal de Moda, Desfiles, Tendencias fashion, Diseñadores
agosto 29, 2013[…] ligada a esta revista, hacen a la Primera Dama y a la publicación de paso, un blanco fácil de lo que analizamos con Maria Antonieta y Asma Al Assad: El caso de la ‘moda frívola’ y de la … Y eso se mide a través de la reacción […]