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ux Lancheros participó como ponente en la V experiencias investigativas del vestir y la moda que organizó la Universidad Pontificia Bolivariana el pasado 20 y 21 de agosto en la ciudad de Medellin y habló sobre los límites culturales de la moda. En este articulo podemos ser testigos de su ponencia. En Alemania o Israel, quien ose leer “Mi Lucha” en público o llevar un símbolo nazi es inevitablemente condenado a prisión. No es para menos: el autor de un genocidio que dejó entre 15 y 20 millones de víctimas no puede ser exaltado en la vía pública ni mucho menos puesto en una camiseta.Pero en Tailandia hay hasta gorras y uniformes relacionados con el movimiento nazi. Y Hitler es casi considerado un ícono “cute”, para indignación de varios turistas occidentales que se encuentran con toda una subcultura alrededor del exlíder nazi: grupos de pop, fiestas con temática nacional socialista y peluches “kawaii” de Hitler. El “Nazi Chic”, tan criticado en Occidente, aparece en todo tipo de parafernalia asiática. ¿Y por qué lo hacen? Porque lo que hizo el nazismo no los tocó ni de cerca y mucho menos saben de su historia.
Esto también suele suceder con otros símbolos políticos contradictorios. Desde el “Che” como un objeto mercadeable hasta los daneses que fueron condenados por sus playeras de las FARC, pasando por todo el merchandising que existe de Pablo Escobar, el significado permeado por la moda cambia, así hiera sensibilidades por la ignorancia ante la Historia. A Zara la condenaron por sus camisetas tipo “Auschwitz” y a Urban Outfitters por su desafortunada playera que recordaba a una masacre escolar.
Pero de estas polémicas la industria no ha aprendido nada.
Y no solo sucede en el ámbito político. Lo cultural, sobre todo lo “étnico” es un tema espinoso que ha suscitado polémicas de vieja data en el mundo de la moda.
Lo supo bien Karl Lagerfeld con El Corán en 1993 y lo supo también Victoria’s Secret con sus símbolos japoneses, que rememoraban muy mal la cultura de las geishas y luego con sus símbolos nativo- americanos. En estos momentos, las hindúes pelean por un cierto respeto ante el bindi y las “cholas” angelinas están supremamente enojadas al ver que mujeres como Gwen Stefani y Selena Gomez se apropian de sus símbolos contestatarios. Como lo explicaba Bárbara Calderón en su artículo testimonial para la revista Vice: “Como en la mayoría de las instancias de apropiación cultural, cuando las estrellas del pop recurren al look cholo, éste se saca de contexto y se vuelve un disfraz. Las cholas son mucho más que subordinadas latinas de Lana Del Rey o que conceptos en los videos de Fergie.”
Ya lo decía Nestor García Canclini en 2003, en “Culturas híbridas”: todo lo que sea étnico va a ser etiquetado en una categoría perfectamente adaptable para lo masivo. Se hizo desde mucho antes, es claro, con la música como el jazz o el blues. Perfectamente esto volvió con el hippismo y el amor por lo “autóctono”. Y eso sucederá con cada elemento representativo para el orbe: Frida Kahlo, las catrinas… o incluso la estética oriental.
Pero no todo es tan vertical ,si se habla de hibridación: las “hijabi lolita”, herederas arriesgadas de sus hermanas blogueras musulmanas, prueban hasta dónde puede llegar esta hibridación de la que nos habla Canclini. Si bien no están exentas como sus pares de críticas hechas por islamofobia ( y más en tiempos donde ISIS mata todo lo que se le atraviesa), están dispuestas a correr riesgos y adaptar, a pesar de las barreras culturales, la estética nacida en Harakuju. Cosa similar ocurre con los góticos mexicanos que se reúnen en tertulias al lado de Bellas Artes, o los dandies africanos que quieren diferenciarse en un ámbito hostil y de pobreza.
Pero, ¿Realmente se transmite una cultura de forma diluida o se reinterpreta? ¿Cuál es la gracia, por ejemplo, de transmitir una estética “étnica” adaptada para el grupo cultural “dominante”? ¿Hasta dónde llegan los límites? ¿Qué significa, por ejemplo, que Madonna use un bindi en las fotos que se hace con David La Chapelle en los años 90 y que lo use una actriz como Aishwarya Rai en Cannes?
Quizás son procesos inevitables, surgidos de la misma globalización, en los que sucede algo bastante evidente e irónico, ya que a pesar de destruir muros culturales se ve que hay barreras invisibles y muy altas en cuanto a la raza, el género y la percepción de la otredad. Que a una actriz latina no le den papeles por no parecer “latina”, como le pasó a Sofía Vergara o que Oprah Winfrey sea menos “negra” que su comunidad o que mujeres como la ingeniera Isis Wenger tengan que defenderse con la campaña #IlookLikeAnEngineer de todo el sexismo estereotipado que aún existe en la ciencia, son pruebas de que más allá de la hibridación y la reinterpretación, los estereotipos y las susceptibilidades, sea por conceptos o por puro e irónico desconocimiento del otro en un mundo con mucha información pero con poca memoria en algunos casos, existen límites que se traspasan.
Es genial lo “étnico”, lo “africano” y “lo salvaje”, pero nunca con modelos negras, por favor. Qué divertida publicidad de Adriana Lima en Haití, donde ella reluce como una diosa en medio de un país que ni siquiera se ha recuperado del terremoto de 2010.
Ya lo decía Patricia Soley en un su libro “Divinas: modelos, poder y mentiras” : “Los deslices de mal gusto se repiten con constante asiduidad (…) aparentemente, la extrema estetización en la que viven los profesionales de la imagen y el diseño les permite contextualizar sus creaciones apropiadamente en la realidad social (…) Demasiado a menudo hacen patente públicamente cierto desconocimiento de las ciencias sociales y las humanidades e, incluso, de las nociones más básicas sobre la historia de su propia profesión: la creación de imágenes” (2015, p. 105).
Creación de imágenes, prendas. Prendas que para muchos significan mucho todavía. Y si bien la moda es un amplio campo para la libertad de expresión, en todos sus sentidos, también resulta evidente que a través de ella se ven todas las barreras de las que se habla en este post y que obedecen a un proceso histórico que no es del todo incluyente o siquiera integrador, tal y como lo pintaban los más apocalípticos.
Porque es algo que no deja de sorprender, sobre todo en una época de la que nos jactamos de la pluralidad como nuestro estandarte civilizador, sobre todo en occidente. Porque todo prueba que las tradiciones no se pueden borrar en una puntada, ni la historia se puede quitar como un vestido ni mucho menos la memoria y la construcción de un contexto se pueden obviar en una prenda hecha para divertir a algunos, pero para ofender a muchos más, como debió suceder con cada israelita que tuvo a un abuelo o conocido en un campo de exterminio y que vio en esa prenda de Zara de rayas o en esa camiseta de Hitler nada más ni nada menos que la banalización ofensiva de un doloroso pasado que jamás se podrá olvidar.
Referencias
Soley- Beltrán, Patricia. “¡Divinas! Modelos, poder y mentiras”. Editorial Anagrama, 2015.
García Canclini, Néstor. “Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad”. Paidós, 2001.
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