La moda se inspira de lo que sucede en la calle y en las expresiones culturales para lanzar tendencias, y nuevas visiones del gusto. El gusto, a fin de cuentas, una palabra compleja que encierra relativismos, y aún mucho de lo dictatorial en el sistema/moda.
“Prescribiendo los límites de lo aceptable/inaceptable, la moda es un dispositivo fuertemente disciplinario, en el sentido foucaultiano de la expresión. De este modo se vuelve un dispositivo “ideológico” porque crea y reproduce permanentemente un sistema de valores a gran escala (…) La moda también puede ser arbitraria por que la articulación de una práctica con un imaginario social está reglada por un código de convencionalidad /anticonvencionalidad que se suma a una serie de convenciones estilísticas”, dice Lucrecia Escudero Chauvel *, explicando como los lineamientos de la moda, en su juego del mirar y ser mirado, tiene per se unas reglas de juego que aunque permean lo políticamente incorrecto como modo de provocar reacciones e interpretaciones en este juego de miradas ( y sobre todo, para imponer tendencia), aún no se desliga de lo que “se debe y no se debe hacer”.
Porque solo hay que verlo: Sigue existiendo un sistema de reglas que sigue imperando, y que aún impone su única validez, y que por si fuera poco olvida todos los lineamientos contextuales que hacen que la moda en si misma sea lo que hoy es. Complejidad de culturas, interpretaciones, creaciones. Todo eso parece olvidado ante unos rectores que si bien pretender guiar el gusto generalizado, se quedan cortos ante sus interpretaciones. Y solo el marketing a veces se aprovecha de ello.
Las grandes revistas de moda, los programas de televisión. Los blogs, aunque con visión subjetiva, también se imponen como rectores de ese mar de complejidad que resulta el gusto, la manera en que se “debe” mirar y ser mirado, o portar las prendas. Porte, clase, garbo, elegancia, no dejan de repetir las publicaciones nacionales, recalcando que la moda va mas allá de lucir una u otra prenda, pero que con ello se quedan en la misma vacuidad.
El “buen gusto” debe prodigar distinción, brindar esa atracción en el juego de miradas que provoque imitación, que provoque corrección. Porque en última instancia, es esta lo que provoca que haya un statu quo, donde usar pasteles está bien en verano mas no en otoño. Donde una mujer lejos de ser petite vista de acuerdo con sus curvas, o donde las rayas no van con los apliques. ¿Hasta qué punto es esto tan cierto, mas aún en un país como Colombia, donde los baches del gusto provocados entre la élite, tan europeizada como siempre, se siguen acrecentando ante los de la inmensa mayoría que sigue viendo en los modelos de la tv nacional otras concepciones del gusto? ¿Hasta qué punto es tan cierto esto en el mundo, donde el gusto y lo ideal varían por cultura e incluso por motivos religiosos?
Hace poco escuché en Twitter a una reconocida diseñadora colombiana, famosa a nivel internacional, (por supuesto, líder de opinión) decir que “el buen gusto iba en contra de la vulgaridad”. Que la elegancia mataba todo atisbo de este elemento en la moda. “Vulgaridad”. Lo no elegante, lo que indeseable en el sistema de lo ideal, de la distinción. ¿Se refería tal vez a una chav ** londinense cualquiera con su ropa deportiva y su cachucha Burberry? ¿O a una mujer de algunos de los departamentos meridionales colombianos, acostumbradas a andar en moto, en jeans y en blusas pegadas que resaltan sus atributos?. Si esto es así,
¿Cómo se puede definir la vulgaridad en un mundo tan complejo en sus interpretaciones de la moda? ¿No es acaso una total arbitrariedad dar validez a esta afirmación?
Una vuelta por el mundo.
No sé si pueda ser “vulgar” una mujer de un metro setenta, de labios inflados, cabello en ondas, brasier de pedrería que revela mas de lo que cubre, y falda brillante. Que a veces se pone cadenas de oro en el vientre. Acá en Colombia se rasgarían las vestiduras ante semejante descripción. No faltarían las burlas y la típica categorización de “estética del narco” para etiquetar a una mujer así. El brillante, los labios inflados, los atributos. Indudablemente, “mal gusto” en todo su esplendor. Pero si dijera que aquella mujer podría ser Dina, o Randa Kamel, las estrellas mas grandes de la Danza Oriental de Egipto, el árbitro mundial de esta práctica, y que por ello son ídolas en un país que por su carga musulmana adora lo que aquí consideramos excesos estilísticos, ¿Qué opinarían sobre la vulgaridad? ¿Qué los egipcios son vulgares solo por tener como rasgo cultural la fastuosidad en sus celebraciones y trajes?
Parece colonialismo de comienzos del siglo XX puro y duro, pero es verdad. Muchos no se dejan de sorprender aún por el hecho de que sus mujeres en las bodas aún se apliquen kohl y sus estrellas del cine y la televisión, así como las de la danza, usen el brillo y los riesgos en su look. Esa estética de “mujer de narco” que tanto destestan aquí, pero recargada de pedrería. No entienden que en un país como este, así como en el Líbano, Jordania, Israel, e incluso los Emiratos Árabes, que irónicamente albergan a los regidores del lujo en el sistema moda, con sus hoteles y locales (LVMH y Armani, por ejemplo), oscilan entre la tradición y la occidentalización y adaptan estos dos fenómenos a su manera, sea usando el bolso Birkin sobre la túnica, o definitivamente, el vestido raso de lentejuelas fucsia en las celebraciones, acompañados de la última línea de joyas de Marc Jacobs. Así como en China y los países del lejano oriente, amantes de poner el lujo donde puedan verlo.
En el libro de Mark Tungate, Marcas de Moda, marcar estilo desde Armani a Zara (2005) , el autor habla de un estudio donde se explica como los chinos, luego de usar por años el uniforme que Papá Mao les impuso, se volcaron al lujo enseguida. Basado en las cifras de Dickson Poon, propietario de Harvey Nichols, señaló ya que para el lejano 2006 habrían trescientos millones de chinos con poder adquisitivo para adquirir por lo menos algún bien de lujo . No solo falsificándolo hasta la saciedad, sino realmente usándolo y adorándolo como si fuera una nueva religión. En 2009, Bernard Arnault tuvo una conferencia donde exploraba esa curiosa dicotomía en la nueva China post-Mao: Por un lado se desconcertaba ante como los chinos copiaban los productos de su marca, y como los compraban. Armani, Louis Vuitton, Moschino.
Para el chino que puede pagarlas, mostrarlas es un símbolo de status, un símbolo de su jerarquía económica. Todo lo contrario que en Occidente, donde esto se ha convertido en un símbolo claro de la condición del “nuevo rico”, que no está al pendiente de los códigos que resumen el lujo en el menos es mas. El chino se enorgullece de hacer parte del sistema capitalista, y de qué modo. Es comprensible luego de más de tres décadas usando un uniforme gris y nivelador en todo aspecto, cultural, social e identitario
Por eso, no le importa si en Occidente lo catalogan de “fashion victim”. En las grandes capitales de la moda no es extraño ver a jovencitas chinas en bandada, siendo collages andantes de marcas y bolsas con nombres de grandes firmas. ¿Cómo serían miradas estas niñas en un país como Colombia, que está bajo el rasero estadounidense de como llevar el lujo, y sobre todo, cuyos líderes de opinión de moda, todavía siguen mirando a Europa como su principal fuente de idoneidad?
Y lo mas desconcertante aún: Lideres de opinión que poco le dicen a un promedio que se aleja de ellos por contexto y por procesos sociales y culturales. Porque el gusto siempre depende de ello, pero acá eso siempre se olvida. El gusto es cultural. El gusto es de procesos sociales, políticos, de cambios. Pero aún así, sigue siendo dictatorial, sin alguna razón válida para sustentarlo, y no hay sino que echarle una mirada al mundo para darse cuenta de ello. El gusto, como vemos, es una cuestión cultural. Y geográfica. Algo que trataremos en el siguiente post.
Continua PARTE 2 http://www.fashionradicals.com/2012/10/08/las-lineas-dictatoriales-del-buen-gusto-parte-2/
Bibliografía.
Chauvel Escudero, Lucrecia. La Moda, Representaciones e Identidad. Presentación. Editorial Gedisa. Barcelona, 2001. p. 21.
Los chavs son una subcultura urbana de Londres y sus hijos de inmigrantes, de barrios medios y bajos, que combina el hip hop y la ropa deportiva con otros artificios. La cachucha Burberry y sus famosos cuadros hacen parte de su identidad. Mel C, la ex integrante de las Spice Girls, los reflejaba. Aman el fútbol, los deportes, la tecnología. Para ver mas de esto, véanse la película “Bend it Like Beckham” y algunos looks de Keira Knightley en la misma película.
Tungate, Mark. Marcas de moda, marcar estilo desde Armani a Zara. Capítulos 18 y 29. Gustavo Gili, Barcelona, 2005.
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