¿P
or qué lo que se insinúa a través de un “escote profundo”, o lo que se deja al descubierto en una “falda corta” sigue siendo aún tan problemático en nuestros días al punto que algunos preferirían que las mujeres no lo llevaran puesto a la universidad?Por Angélica Gallón. Editora de moda de Univision EEUU
¿Por qué las instituciones, aún en tiempos en los que se parece gozar de una cierta libertad de expresión, siguen obsesionadas por marcar lo que pueden o no vestir los cuerpos de las mujeres?
Atreverse a escribir un código del vestido vetando el escote y la minifalda, como recientemente lo hizo la UPB, es, en realidad y aún cuando nos sorprenda, un viejo y común mecanismo que ha existido siempre. Uno que intenta domar el deseo masculino, -que parece no poder controlarse por sí mismo-, a través del buen vestir de las mujeres.
Me voy a valer de un ejemplo para mostrar esto con más precisión. En el siglo XIX las faldas de las mujeres eran extremadamente pesadas. Pensando en regalarles algo de comodidad, algún acomedido, diseñó lo que se conoce como las jaulas de crinolinas, una especie de campana ligera hecha de alambre dulce que podría ir debajo de la falda para darle volumen y así evitar que las mujeres tuvieran que arrastras las infinitas capas de enaguas.
Esas faldas ligeras empezaron a provocar un verdadero escándalo social en su momento. El viento las movía con tal facilidad, que cualquier transeúnte desprevenido podría verle las pantorrillas a las mujeres que paseaban por la calle. Sí, las tiernas pieles de las pantorrillas femeninas nunca enseñadas en público se convirtieron en tremendo gesto de provocación. Parecía que los hombres estaban perdiendo la cabeza al ver semejante exhibición de piel en la calle.
En ese momento, como lo hace hoy la universidad UPB con la piel que muestra un escote o una falda corta, antes que pedirle a los hombres que mantuvieran la cordura y se familiarizaran con un nuevo lugar del cuerpo femenino que podía ser aceptado públicamente, lo que se hizo es que se obligó a las mujeres a usar unas pantaletas por debajo de las faldas que llegaban hasta sus tobillos y así no permitir que se viera nada.
El cambio se ejecutó en la ropa de las mujeres, no en la mirada ni en el comportamiento de los hombres. Esto tiene una explicación y es que históricamente la calle ha sido un espacio masculino, un lugar habitado solo por hombres o por mujeres que caminan con hombres al lado.
Si hay algo que irrumpe en esa lógica masculina, en ese espacio, como un par de sexys pantorrillas, o pongámoslo a nivel actual, un buen par de senos o de piernas, lo que se va a modificar es ese cuerpo intruso, por supuesto, no el comportamiento de los señores.
El piropo, el toqueteo, el silbido han sido la manera como los hombres se han encargado de recordarles a las mujeres que ese espacio público que hoy habitan con mucha más libertad que hace unas décadas no les es propio y que si lo habitan tienen que saber que entonces su cuerpo se hace público y susceptible de ser comentado y hasta tocado.
Cuando la Universidad UPB le pide a las mujeres que no vayan en minifalda, primero, está admitiendo que el cuerpo público femenino no les pertenece a las mujeres sino a los hombres, porque si reconociera que les pertenece a las mujeres no se atrevería el descaro de decirles qué llevar puesto. Segundo y, aún más grave, les está diciendo que si no cumplen con ese código corren peligro no solo porque desafían la moral sino porque no es seguro. “Usar ropa discreta” porque “no hay nada más incómodo que distraer la atención de tus compañeros de clase y profesores”. La “incomodidad” manifestada en esta frase ha sido sistemáticamente usada por acosadores sexuales para justificar la consecución de sus agravios.
Lo otro que resulta muy interesante de este atrevimiento es que la universidad efectivamente en lugar a alentar a profesores y compañeros a no perder la cordura ante un escote o unas piernas desnudas cree que modificar la ropa es una solución suficiente para el problema.
La ropa históricamente ha cumplido, entre otras funciones básicas, señalar los lugares del deseo que son legítimos en una sociedad. Es decir mientras hoy nos parece normal ver que a una mujer que aparece desnuda en un noticiero le sean borrados o censurados los pezones y los genitales, si esa misma imagen hubiera circulado hace unos siglos lo que sería necesario borrar sería casi todo el cuerpo. En el S XVII, por ejemplo, lo único que podía verse públicamente del cuerpo de las mujeres eran las manos y el escote del cuello, hoy admitimos con tranquilidad que Kim Kardashian salga desnuda en el Instagram siempre y cuando se veten sus pezones y su pubis.
La ropa tapa lo que no se puede ver y deja al descubierto lo que sí. Los que redactaron las “sugerencias” del código de vestir universitarios, parecen considerar que en pleno Siglo XXI la ropa no debería dejar al descubiertos lugares como el pecho o las piernas. Pero… si la minifalda existe desde los años 60 y el escote desde el mismísimo siglo XV ¿Por qué la Universidad quiere sugerir que se tapen esos lugares del cuerpo que tanto se han visto y con el que, definitivamente, los hombres y su deseos deberían estar ya familiarizados?
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