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Las pieles, de la aceptación a la condena (Segunda parte)

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Joan Crawford en la película Letty Lynton, 1932. © MGM Studios.

Joan Crawford en la película Letty Lynton, 1932. © MGM Studios.

Viene de la primera parte 

Ahora, el paso de las superficies moteadas o listadas a los temblorosos y atractivos pelos de visones, zorros, nutrias y castores es otra historia. Lo que aquí cuenta es como ésa imagen de la mujer dominante ha perdurado en el tiempo hasta llegar incluso a su más sorprendente caricatura. América latina ha producido varias de ellas, tenemos el caso de la Tigresa, la actriz mejicana que hacia los años setenta se hizo fotografiar vestida con minivestidos y botas de leopardo con tigres de fondo, y para venirnos al presente baste no más con dar una mirada a la cantante peruana La Tigresa del Oriente, toda una caricatura de esa idea que venimos exponiendo. Uno se pregunta si estos personajes se hubiesen podido configurar sin los antecedentes que hemos mencionado, sin la idea de que las pieles de los félidos representan ese espíritu agresivo y sensual que se les adjudicaba, como hemos visto, desde la antigua Grecia. Poco importa si los motivos felinos de estas dos divas latinoamericanas son de pieles auténticas o si son impresiones burdas sobre telas o piel de vaca imitando motivos felinos porque la idea que allí subyace es la de unas mujeres dominantes y sexualmente asertivas. Es decir, se superpone la intensión de comunicar esa idea sobre la materialidad misma de las pieles, lo que importa es lo que aquéllas informan sobre el personaje. Y esta situación se presentó incluso en el mundo de la política, con la escasísima piel de armiño.

El autoproclamado emperador de la República Centro Africana, 1977. © S.D.

El autoproclamado emperador de la República Centro Africana, 1977. © S.D.

Sucede que en los años sesenta una figura nefasta llegó al poder en República Centroafricana, se llamaba Jean-Bédel Bokassa, y en los setenta se autoproclamó emperador, con el título de Bokassa I; pensaba que haciendo de su país un imperio éste sería respetado por el resto del mundo. Para la ceremonia de coronación, el más aparatoso de los actos de que la historia reciente tenga noticia, llevó una extensa capa ribeteada de armiño, y su trono imitaba en todo el aparataje simbólico la estética napoleónica: alfombras y cortinas rojas, acabados dorados y esa extensa capa armiñada que le hacía juego a una corana cuya base iba forrada en la misma piel. Con ello Bokassa tomaba el simbolismo de una de las pieles más apreciadas por la nobleza europea y adoptada por ellos como un privilegio exclusivo.

La resplandeciente blancura del armiño, más el mito de que este animalito prefería aniquilarse así a mismo antes que manchar la nívea blancura de su pelaje lo convirtieron en metáfora de la dignidad, pues al igual que los nobles elegía la muerte antes que manchar su honor.

Saint Laurent, otoño de 2013; por Hedi Slimane. París. © Filippo Fior/Indigital I GoRunway.

Saint Laurent, otoño de 2013; por Hedi Slimane. París. © Filippo Fior/Indigital I GoRunway.

Bajo esas circunstancias la piel de armiño con su colita manchada de negro ya hacia la Edad Media era de uso restringido; se prohibió llevar cualquier piel, por ordinaria que fuera, con motas o manchas negras si no se pertenecía a la nobleza. Así, la piel de armiño es una evidencia de cómo el valor simbólico puede ensombrecer al valor económico, puesto que nunca fue tan costosa y duradera como otras; pero sí estuvo rodeada de misterios que la ennoblecieron. Hoy por hoy nadie sabe si la capa que llevó Bokassa I, era de piel  auténtica, de acrílico o de conejo, lo cierto es que para él representaba la alcurnia y el poder real que deseaba; los mismos que se manifiestan en la corona imperial de la actual reina de Inglaterra, cuya base está forrada de armiño.

Publicidad de los hermanos Révillon para Chicago, 1907. © S.D.

Publicidad de los hermanos Révillon para Chicago, 1907. © S.D.

Y hablando de poder, es claro que hoy su grandeza ya no se manifiesta únicamente en la clase que se hereda, y que el capitalismo ha conducido a una visión en la que el poder puede revelarse en la tenencia de un capital derivado y logrado a través de acciones propias del individuo, basadas en sus capacidades para explotar un saber hacer específico que le garantice éxito financiero. Fue bajo esa perspectiva que ya en el siglo XIX había surgido una burguesía ávida de representarse socialmente mediante el vestido, y allí las pieles cobraron importancia como expresión de la riqueza. De hecho si en ese entonces el epicentro de la moda mundial era París, allí florecería una de las peleterías cuyo prestigio se equipara al de la Alta Costura de entonces y de ahora.

El capitán John Halmilton, 1746. Por Joshua Reynolds. © The Trustess of The Abercorn Heirlooms Settlement.

El capitán John Halmilton, 1746. Por Joshua Reynolds. © The Trustess of The Abercorn Heirlooms Settlement.

Esa peletería fue la de un aristócrata llamado Victor d’Apresval y conocido con el nombre de Révillon. Se trataba de un comerciante que entendía la necesidad de atender el deseo de pieles de esa clase social burguesa y media que no necesariamente tenía orígenes nobles. Y serían sus herederos quienes transformarían la idea de que las pieles no deberían restringirse únicamente a ribeteados de prendas o forros interiores, como era en el pasado; por tanto decidieron confeccionar, por ejemplo abrigos, donde la piel era tratada como un textil y se exponía todo su pelaje al exterior, y no únicamente a modo de forro. Por eso el abrigo con que aparece el capitán John Hamilton es considerado “anómalo en la moda de la pieles del siglo XVIII que, para ambos sexos, se confeccionaban con la piel hacia adentro”[i], pues las capas y los ponchos con el pelaje expuesto se usaron en civilizaciones antiguas como la mesopotámica.

Sean “P. Diddy” con abrigo hecho exclusivamente para él por Ninja Furs, y Kate Moss con abrigo de Emmanuel Ungaro. Vogue, 1999. © Annie Leibovitz/Contact Press Images.

Sean “P. Diddy” con abrigo hecho exclusivamente para él por Ninja Furs, y Kate Moss con abrigo de Emmanuel Ungaro. Vogue, 1999. © Annie Leibovitz/Contact Press Images.

Sin embargo, las prendas confeccionadas en Révillon estaban dirigidas especialmente a mujeres, en una época en que la aparición de la Alta Costura había hecho que las variaciones y novedades de la industria de la moda hicieran de esta una negocio dirigido principalmente a ellas.

Cindy Crawford apoya una campaña para la protección de los animales. Hacia los años ochenta © Angeli/Pandis/Telepress.

Cindy Crawford apoya una campaña para la protección de los animales. Hacia los años ochenta © Angeli/Pandis/Telepress.

Como lo hemos sugerido antes, el siglo XX prolongó muchas de las asociaciones simbólicas que se le adjudicaban a las pieles en el pasado, entre ellas la del poder económico expresado en prendas de pelajes suntuosos cuya apariencia pareciera gritar todo el tiempo: ¡Mírame qué costosa soy, y el que me lleva puede pagar por mi! Y al igual que la burguesía del siglo XIX, el mundo de las celebridades y en general la cultura pop quizás también emplea las pieles como expresión del prestigio económico adquirido, de su grandeza. De este modo, la fotografía de Annie Leibovitz donde aparecen P. Diddy y Kate Moss rodeados de paparazis “no solo expresa la asociación de las pieles con las celebridades sino que recuerda las fotografías de las estrellas del cine de la Era Dorada de Hollywood cuyos cuerpos vestidos con pieles exudaban sexo y glamour”[ii].

Reality Show. Por Carine Roitfeld, fotografía Mario Testino. Vogue, agosto de 2008. © Condé Nast Publications.

Reality Show. Por Carine Roitfeld, fotografía Mario Testino. Vogue, agosto de 2008. © Condé Nast Publications.

Finalmente, podríamos decir que una serie de factores condujeron al desuso de pieles a partir los años setenta: la conciencia ecológica, las posturas de grupos ecologistas y la firma de convenios para el comercio internacional de fauna y flora en riesgo de extinción. El debate sobre el tema se convirtió en una campaña mediática y politizada. Entonces, los fabricantes de textiles sintéticos se beneficiaron de eso y desarrollaron alternativas como la “piel sintética”, adscrita a un mercado supuestamente “verde”. Así, los poderosos abrigos de piel que antes eran un objeto femenino de deseo pasaron a ser un símbolo del activismo a favor de los derechos de los animales, como se puede verse en la película Sex and the City, cuando a la intrépida Samanta le lanzan pintura roja en su esplendoroso abrigo blanco.

No obstante esos factores, las pieles siguen figurando entre las fascinaciones del público y las propuestas de los diseñadores, en parte porque desde entonces todos los afectados por el debate respondieron a la politización del tema. Por ejemplo, la diseñadora Mariouche Gagné recicló piel incorporándola en accesorios, alegando que se trataba de un producto biodegradable, que por lo tanto era ecológicamente más amigable que las alternativas sintéticas ofrecidas por el mercado “verde”.

The Harricana, otoño-invierno 2011. Por Mariouche Gagné. Por más de dos décadas ha reciclado pieles, dice haber reciclado cerca de cincuenta mil. Foto: Ecosalon.com

The Harricana, otoño-invierno 2011. Por Mariouche Gagné. Por más de dos décadas ha reciclado pieles, dice haber reciclado cerca de cincuenta mil. Foto: Ecosalon.com

Y en los años noventa otros como Jean Paul Gaultier e Isaac Mizhari intentaron darle un giro y un toque de rectitud política a la moda de las pieles, creando diseños que incorporaban motivos de los inuit; pero estos se pronunciaron en contra al considerarlo una “política de apropiación”. Además, se pronunciaron frente al menoscabo de sus tradiciones y la devastación de su participación en el mercado contemporáneo de las pieles; un asunto apenas entendible puesto que habían sido proveedores importantes de la industria desde siglos anteriores a Révillon, pues como dijimos al principio, hoy son considerados los peleteros más antiguos del mundo.


[i] Bolton, A. (2004). Wild: Fashion Untamed. Nueva York: The Metropolitan Museum of Art.

[ii] Ibíd

 

 

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