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a nueva mujer: profesional, poderosa, autosuficiente. La prensa de moda habla de la prenda estrella que la representa: The New Power Suit. Es el traje de dos piezas evolucionado: nuevas siluetas, cortes inesperados y tonalidades y estampados no convencionales. Ella, todopoderosa, no teme a mostrar un poco de piel. Tampoco necesita hacerlo siempre: puede ir completamente cubierta. Es libre, irreverente, impredecible. No sigue dictados. Decide por sí misma lo que quiere y cuándo. Es la mujer emancipada. Luego de más de cien años de lucha, los políticos se rompen la cabeza para ver cómo seducirla y las marcas sacrifican todo con tal de enamorarla. Si tan sólo todo este discurso fuera en serio…La revista New York publicó recientemente el artículo “The Single American Woman” (“La soltera estadounidense”), una adaptación del libro All The Single Ladies, de la periodista Rebecca Traister. Lo que Traister supuso sería un aporte periodístico se convirtió en sorpresa incluso para ella: descubrió que el fenómeno de la soltera estadounidense no es nuevo, pero se ha silenciado, pues no le conviene a todos.
Históricamente, la moda ha reflejado el estado de situación de la sociedad en la que se encuentra inmersa. Hoy miro las revistas, analizo su contenido y me pregunto cómo es que el género femenino es tan maltratado ¿Cómo permitimos un doble discurso de este calibre?
Hay que tener cintura
Se habla del poder que la mujer ha logrado en Hollywood, por ejemplo, donde actrices influyentes alzan la voz a favor de mejores salarios. Se les tilda de valientes por limitar o negarse a hacer desnudos si sienten que no aportan al guión de la película. Se les aplaude. Pero luego las retratan sobre en la alfombra roja: en poses forzadas, rígidas, con el cuerpo fajado y muertas de hambre para mostrar un poco de piel. No les preguntan por qué visten lo que visten y qué representan para ellas sus trajes, sino “a quién llevan puesto”. Y luego suben al escenario y sacan aplausos por reclamar igualdad salarial, que a esta altura es una vergüenza que no la tengan. Ellas – cual carteles andantes – “venden” mucho más que sus colegas hombres, siempre y cuando sean delgadas.
Se resiente la falta de roles de liderazgo femenino en el cine y la televisión y en plena batalla aparece ella: Claire Underwood. Maravillosamente interpretada por Robin Wright, este personaje es la esposa de Frank Underwood en House of Cards, de Netflix. Los críticos la aplauden: impecable, educada, fina y contenida, representa a esta mujer actual. Se rebela, cansada de estar a la sombra del marido no sólo para demostrarle que es igual, sino más que él. ¿Pero cuánto hay realmente de femenino en ella? Porque el personaje de Claire es una delicia porque es mala: calculadora, ambiciosa, manipuladora, enigmática, pero eso no la hace representar a la mujer de hoy. Es como si la vestuarista marcara sus curvas en esos power suits entallados para que no vayamos a pensar que es un hombre más. Una vez más, se recurre al corset para retratar a la mujer poderosa.
Fotos de Getty Images.
Hace sólo unos días, la actriz Jennifer Garner contó sobre la realidad detrás del vestido Versace que visitó para la entrega de los Premios Oscar: bajo él, un corset metálico que le sacó lágrimas y provocó unos calambres terribles. Garner ni siquiera estaba nominada para una estatuilla, pero eran sus primeros Oscars separada de Ben Affleck. El impacto logrado fue tal que ocupó más portadas que las ganadoras: “La mejor venganza”, “Un regreso triunfal”, titularon las revistas. ¿En serio? A nadie le importó que esta mujer tuviera que fumarse públicamente que el marido mantuviera un affaire bajo sus narices (con la niñera) y que por ello los paparazzi asediaran a sus hijos; que vacacionara “en familia” para mantener la armonía y que fuera capaz de hablar bien de su ex por respeto a sus niños con Vanity Fair. No. Nada valió más que mostrar una cintura estrangulada mientras posaba sonriente ante los flashes. ¡Viva la emancipación femenina!
Mostrar o no mostrar; ver o no ver.
“Vístete para ti y no para los demás” es parte del discurso mediático alrededor de la mujer actual. Vestir un escote sin ser vista como un objeto es el nuevo logro. Reinan los push-ups, las transparencias y los tutoriales de maquillaje de busto en YouTube. Hoy se habla del derecho a exhibir los pechos como símbolo de poder y no como recurso barato. Es el “aquí vengo yo, mujer, capaz de todo”.
Explíquenme entonces cómo es que algo tan básico, tan natural y tan femenino como darle pecho a un hijo se convirtió en mal visto. Hay quienes se “ofenden” y alegan que no hay por qué ver a un lactante prendido a la mama lugar público, que eso es algo que se hace en privado. Si bien nadie en su sano juicio comería en un baño público, se volvió normal pedir que ahí lo haga un recién nacido. Miro las revistas y me pregunto por qué está bien que las mujeres muestren cuanto cuerpo puedan si es para vender un producto, pero no está bien que un bebé coma cerca nuestro. Y lo que más me desconcierta es que muchas veces son mujeres las que lo critican.
Soy de la generación que creció con Barbie. Mucho escote, cintura, maquillaje y piernas eternas. Aprendí que podía ser lo que yo quisiera (proyectada en ese cuerpo, claro) y que el chico era un accesorio más.
Crecí sabiendo no sólo que podía estudiar, sino que tenía que hacerlo; que sin título no valgo; que no bastaba sólo con casarme, pero que lo hiciera tarde o temprano. Aprendí que está mal ser “mantenida”, salvo que tu marido sea millonario y no tengas que rendirle cuentas. Que ser gorda es malo y que el ejercicio y la dieta demuestran autoexigencia y autocontrol. Que si quieres que te tomen en serio debes trabajar en horas extras y los fines de semana para demostrar entrega. Soy de la generación que aprendió que no se llora en público porque te tildan de histérica o, peor aún, de “mujer”. Y sí, soy de esa generación a la que se le dijo que no fuera a depender de un hombre.
Aprendí a pagar por mi mitad de las cuentas y hasta pagué lo de ambos aunque se me fuera el sueldo mientras que llegar a fin de mes para él no fuera tema. Tenía que saber resolver sola para no tener que recurrir a él.
Me encantó actuar ese rol. Me independicé temprano y trabajé mientras estudiaba. No fue fácil, pero lo logré. Aprendí de cada caída y me levanté mil veces. Supe tener hasta cinco trabajos a la vez. Viajé de noche para dormir en el avión y no perder una hora de luz y. Me saqué el gusto de aprender, de documentar, de devorar visualmente lo que pasaba frente a mí. Y me las arreglé para tener una pareja en el proceso. Y no era una pareja simple, no. Pasé de deudas a poder pagar un apartamento como el que siempre había querido. A decorar mi casa a mi gusto. Mis amigas fueron mi soporte. Me acostumbré a ir sola al cine, a un restaurante, a un museo, a un concierto. Estrujaba al máximo mis 16 horas de trabajo y las otras ocho quedaban para todo lo demás. Abracé mi independencia. Sin darme cuenta, me había convertido en lo que Lipovetsky llama la “super mujer”. Bienvenido éxito.
¿Qué es todo, tenerlo todo, poderlo todo?
La vida es linda hasta que enfrentamos una crisis. Mi crisis fue un terremoto. Pero en serio: fue el 27 de febrero del 2010, estando en Santiago de Chile. Marcó 8.8 en la escala de Richter. Fue a eso de las 3:30 AM y yo estaba en la casa de una pareja de amigos. Sus hijos dormían mientras nosotros conversábamos sobre sus vacaciones y mi último viaje cuando la tierra se empezó a mover.
Dicen que cuando uno enfrenta la muerte la vida entera le pasa delante. En mi caso fue distinto. El edificio en el que estábamos crujió tan fuerte que pensé que se caía. Un hielo enorme me recorrió el interior. Y sentí una desilusión difícil de describir: “tanto correr para NADA”, me dije. Miré a mi amiga abrazada a su marido y sus hijos. Yo no había construido nada. Al menos nada que para mí significara algo en ese instante. ¿Acaso eso era éxito?
Volver a mi casa fue un espejo de lo que hice con mi vida. Me acompañaron esos amigos con los que vivimos el sismo y me ayudaron a empujar la puerta de entrada para ver qué había del otro lado. Ahí estaba: toda mi vida en el piso. Libros, revistas, pases de abordo, notas, fotos, recuerdos… y muchas porquerías: todo tirado en medio de un caos. Quisieron ayudarme a ordenar y les dije que mejor nos fuéramos. Hay veces en que hay que dar un paso atrás y diseñar una estrategia. Lo mismo hice conmigo.
Reorganicé mis prioridades y recordé lo que para mí era realmente importante. Me enseñaron que podía hacerlo todo, pero no había parado a pensar en lo que ese “todo” era para mí. Terminé con mi pareja sin futuro y hasta me cambié de país. Cambié de trabajo y mantuve lo importante: mi salud, mi familia y mis amigos. Y sin darme cuenta, me vi embarcándome en una nueva relación que no tenía nada que ver con las anteriores. La primera noche que fuimos a cenar saqué mi billetera al pedir la cuenta.” ¿Qué haces?” me preguntó mi chico. Sonreí y la guardé en la cartera. No necesitaba probarle nada a él. Pero confieso que me costó. Por algo me acuerdo hasta el día de hoy.
A pesar de mi supuesta claridad, el camino no ha sido fácil. No sólo debo lidiar con la condena de muchos, sino con mis propios fantasmas.
Decidí trabajar en lo que me gusta y mi nivel de ingresos cambió. Además de dedicarme al trabajo independiente decidimos formar una familia. ¡Menos mal que desde la primera salida lo dejé pagar la cuenta! “No vayas a dejar de trabajar” me decían todas. Lo hice hasta dos días antes de dar a luz (porque fue un lunes) y a la semana estaba con mi hija en una reunión que terminó durando tres horas. Durante su primer año de vida me acompañó casi siempre. Mis responsabilidades abarcaron el criar a esta bebé, cuidar a mi marido y de mí, mantener la casa limpia y ordenada, cocinar, dictar clases, trabajar como consultora, y mantener una vida social activa entre amigos y familia. Por suerte, conté con la ayuda de mi tía y de mi prima que me dieron una mano con mi bebé las veces que no podía estar con ella. Lo tenía y lo hacía todo, pero tampoco era suficiente.
“Debieras trabajar más”, me decían algunas. “Te encanta tu trabajo. Dedícale más horas. Contrata ayuda para la niña y la casa”, decían otras. Y abundaron los “te toca fácil al no tener que trabajar tiempo completo” y los “tienes suerte de que tu hija es una santa”. Por suerte con mi marido montamos un sistema bastante fuerte a prueba de opiniones externas: al ver que mi hija más grande e inquieta se aburría en las reuniones decidimos enviarla a un jardín. Elegimos el de una amiga mía y en quien podía confiar. También busqué a una señora que me ayudara en casa una vez por semana: la limpieza a fondo y la plancha son las cosas que menos me gustan, así que delegarlas fue un placer.
La nueva rutina permitió que me embarcara en un curso a distancia sobre emprendedurismo dirigido a mujeres. Un mundo nuevo que me ayudó a darle forma a lo que sé hacer. Tras dos años, estoy en plena implementación de mi empresa, mientras esperamos un nuevo hijo.
Hace unos días supe de un taller en Nueva York al que quise asistir. Hablé con mi marido y él no podía ir. Por primera vez en cinco años viajaré sola. Opté por un vuelo que parte un domingo de tarde para volar toda la noche y tener todo el lunes para recorrer la ciudad. El martes pasaré el día en el taller y de noche me embarco de regreso. Feliz, le conté a mis amigas: “¿por qué no más días?”, “
¡Dos días es muy poco!” y “¿Vas a viajar embarazada y a dejarlos solos?” fueron las reacciones generales. Mi respuesta sincera fue “¿saben lo que significa para mí poder entrar a una librería y que nadie me apure? ¡Y poder asistir a este taller sin alejarme de casa más que tres días!”
Pienso en Manhattan y la moda y las revistas encabezan mi lista. Pero leo y releo el artículo de la revista New York que habla sobre las mujeres solteras y concluyo que la independencia no viene de estar o no al lado de alguien. Me da la impresión de que ese cartel de “soltera” debiera reemplazarse por “independiente”. Y por independiente no me refiero a autosuficiente, sino a la capacidad de decidir por nosotras mismas.
Pienso entonces en el famoso Power Suit. ¿Nos representa? ¿De qué mujer habla? Creo que la mayoría del tiempo sigue tratando de moldearnos. Según los medios, la mujer exitosa está en el abanico entre Claire Underwood y ese familión de morenas exhuberantes hecho famoso en base a videos sexuales, reality TV y curvas sintéticas. Por favor…
En un par de semanas voy a tomar mi primer vuelo sola desde que emprendí la vida acompañada. Dos de mis seres más importantes permanecerán en casa, pero me los llevo también en el corazón. El tercero va dentro mío. Será una suerte de “regreso” a los viajes de trabajo, pero no vistiendo el Power Suit de las pasarelas. No, el mío es bien diferente: zapatos cómodos para recorrer mucho, un bolso liviano y resistente para los libros y un Smartphone para seguir cerca de casa. Y eso, para mí, es tenerlo y poderlo todo.
Anna Fusoni
marzo 30, 2016Me encanto leerte.
Bss
Carolina
mayo 18, 2016Hola Catherine,
Qué buen artículo el de las mujeres.
Pienso que cada vez quieren exigirnos o imponernos un estilo de vida que se basa en la comparación o en competir sea con hombres o con mujeres. Como resultado, vemos mujeres con falta de identidad siendo una, la copia de la otra.
Felicitaciones por tu bebé y te mando un saludo.