Que la indumentaria cumple distintas funciones sociales es algo que está fuera de discusión, así lo han demostrado los diversos autores dedicados a analizar sus funciones simbólicas a lo largo de la historia. También puede decirse que el manejo dado a aciertas prendas, junto con las actitudes corporales, cuando se llevan puestas ha estado sujeto a un juego complejo de normas y significados; baste no más con dar una mirada al sombrero. Una prenda que desde su más remota existencia, hasta el declive de su uso, estuvo relacionada con el decoro y el aprendizaje de normas sociales.
Lo anterior se constata al revisar el ahora caduco Manual de Carreño: Urbanidad y buenas maneras; un libro que al mejor estilo de Baltasar de Castiglione (siglo XVI) contribuyó a moldear la caballerosidad de los latinoamericanos desde el siglo XIX hasta bien entrado el XX. La misma obra registra más de veinte veces la palabra sombrero, con recomendaciones curiosas como: “No dirijamos nunca la palabra con el sombrero puesto a una señora o a una persona constituida en alta dignidad”, o “cuando saludamos a señoras o a otras personas respetables, no nos limitaremos a tocarnos el sombrero, sino que nos descubriremos enteramente”. Tras un repaso a las normas de Carreño queda claro por qué hoy en día la expresión “me le quito el sombrero”, se emplea para indicar admiración y respeto hacia el Otro, pues en términos simbólicos descubrirse la cabeza parecía ser un acto de humildad ya que implicaba despojarse de una prenda que confería al usuario dignidad y respeto.
En algunas culturas, sombreros y tocados estuvieron relacionados con la majestad de quien los llevaba; por ejemplo en el antiguo Egipto, donde la desnudez disminuía en la medida en que se estaba más próximo a lo divino, los tocados más elaborados estuvieron destinados a divinidades y soberanos, como en el caso de Tutankamón, cuyo busto, hoy en el Museo del Cairo, atrae no solamente por su calidad como obra de arte sino también por la solemnidad que le confiere su tocado.
En el caso de Occidente, en cuanto a la vestimenta la Edad Media fue la era del intercambio cultural; y respecto a la moda masculina, las cruzadas sirvieron de puente entre Oriente y Occidente trayendo no solamente los damascos y las sedas sino otras formas de cubrir la cabeza como el capirote, una especie de turbante envuelto alrededor de la cabeza, al que se le aplicaba en los bordes cortes aleatorios para embellecerlo, y que en ocasiones podía dejársele una larga cola para enrollarla en el cuello, o mejor aún, para llevarla grácilmente reposada sobre el brazo derecho. Así, la capacidad de reacción de cualquier hombre frente a una eventualidad disminuía al quedar prácticamente impedidos de una mano, y esto causaba la ira de moralistas y detractores de la moda, pues según ellos tal amaneramiento era todo un asalto al estilo varonil y marcial que se esperaba de un hombre.
Con los aires que trajo el Renacimiento la moda masculina alcanzó nuevos niveles de esplendor y otras piezas vendrían en reemplazo del antiguo capirote: bonetes tocados con plumas. Tanto en Inglaterra como en Francia y España fueron la última novedad, mientras que los italianos prefirieron el antiguo gorro frigio; un sombrero a modo de casquete, confeccionado en fieltro, que remonta sus orígenes a Asia Menor. Los retratos de personajes célebres de ese periodo como Enrique VIII, Francisco I de Francia, o Carlos de Austria muestran el favoritismo por un tipo de bonetes de terciopelo negro decorados con plumas y en ocasiones podían guarnecerse con piedras. Según escribía Rabelais, de estos “pendían gargantillas de hermosos rubíes y esmeraldas”, y al describir la indumentaria de Gargantúa nos aclara que las plumas podían ser de especies distintas al avestruz. Comenta: “el plumaje consistía de una enorme y hermosa pluma de color azul, tomada de un onocrótalo […] graciosamente inclinada sobre la oreja izquierda”. Tal como él escribe, la mayoría de retratos muestran las plumas ladeadas a la izquierda; sin embargo en otros se muestra lo contrario, queda por saber si tal decisión se dejaba a gusto del usuario.
En una era de agitada conmoción política y social como la que vivió Europa en el siglo XVII, se hizo imperativo para los caballeros proyectar una imagen de desarreglo y estudiado descuido, donde los sombreros de fieltro y de alas anchas tocados con plumas de avestruz daban un aire audaz a mosqueteros y cavaliers, y en general a hombres de guerra. Pero el sombrero tenía sus propias formas corteses de manejo: era usual, por ejemplo, quitárselo para saludar a mujeres y personajes de rango mayor, acompañando la quitada de un teatral gesto que incluía reclinarse, tomarlo con la mano derecha, bajarlo a la altura de las rodillas y regresarlo al pecho, mientras se inclinaba ligeramente la cabeza hacia adelante. Por otra parte, los hombres en la corte de Versalles empezaban a preferir las pelucas empolvadas, con cascadas de rizos y coletas; pero como pieza accesoria necesaria para saludar el sombrero seguía siendo importante tanto en los salones como en la calle; por esto, quienes portaban las empolvadas pelucas decidieron llevarlo debajo del brazo, configurándose así una nueva forma en la que el sombrero perdió su copa y no era más que una forma de fieltro conocida como sombrero-brazo. Su utilidad como prenda protectora quedó relegada entonces a paseos veraniegos y deportes como la caza.
Tanto en Francia como en el resto del mundo la confección de sombrereros había sido un oficio completamente artesanal, realizado por los bataneros, o sea los mismos fabricantes de fieltro; pero con la llegada de la industrialización conocería su primera etapa de fabricación en serie, y sobre todo la vuelta y proliferación del sombrero masculino tras un breve periodo de ausencia en el que la Libertad y los Derechos del Hombre fueron los temas políticos del momento. Ello explicaría la ausencia de sombreros y la presencia de los cabellos libres de la era inmediatamente posterior a la Revolución Francesa. Sería justamente en ese periodo y a lo largo del siglo XIX en el que por lo menos en el contexto de Francia, el sombrero, o la ausencia del mismo, tendría unas connotaciones políticas claramente definidas. En la época del Primer Imperio, por ejemplo, el entusiasmo por Napoleón se testimoniaba llevando un sombrero similar al suyo (napoleónico, como su nombre lo indica). Pero con la caída de Napoleón, el popular sombrero símbolo de su poder se consideró abominable, y los aristócratas rancios, diplomáticos y burgueses llevaron en adelante el sombrero de copa o chistera ―galera, para los argentinos―, no obstante que éste se convertiría en símbolo burgués, y por qué no en un ícono de la caballerosidad del siglo XIX. Se ha dicho además que su larga copa evoca las chimeneas fabriles, estas se consideraban metáforas visuales del progreso que traía consigo la industrialización; de hecho, algunos fabricantes de corsés solían ponerlas en sus tarjetas comerciales para dar a entender la superioridad de su producto frente a cualquiera otro producido de forma artesanal.
Continuar con la segunda parte…
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De sombreros y actitudes… apuntes sobre el uso cultural del sombrero « Moda y Vestido
enero 23, 2012[…] ya que implicaba despojarse de una prenda que confería al usuario dignidad y respeto. …Leer más… Advertisement GA_googleAddAttr("AdOpt", "1"); GA_googleAddAttr("Origin", "other"); […]