E
l ritmo de estos tiempos ha logrado acelerar aún más el de la propia moda. Ante una nueva colección, una noticia de la industria, parece ser más valioso el afán de la primicia que el análisis pausado y consciente. Esa carrera por llegar primero al contenido viral requiere formatos efímeros, por eso vemos que ante un evento como la colección crucero de Dior en México los contenidos resultaron ser lecturas atropelladas, videos hechos en calor e Instagram Stories que en 24 horas son olvidadas por el teléfono y la audiencia, que ya tiene en pantalla una nueva baraja de contenidos para pasar con el dedo distraído.Como actores de esta industria, lo de Dior es un caso de análisis para abordar la sostenibilidad social, la co-creación y el impacto social con mayor conciencia. En este texto, menos efímero y un poco más pausado, les comparto observaciones breves y apuntes editoriales sobre la pasarela de Dior. La intención no es dictar sentencia sobre el evento, sino compartirles caminos y preguntas sobre la relación de las grandes marcas con proyectos artesanales latinoamericanos.
¿CÓMO HA CAMBIADO EL TERRITORIO DE LAS COLABORACIONES ARTESANALES?
Afortunadamente, este siglo ha traído nuevas formas de entender las luchas sociales y la moda no está fuera de esa evolución. Tenemos las herramientas para reconocer que existe un desequilibrio de poder entre los diferentes actores del sistema moda, y de la misma sociedad. Machismo, racismo, clasismo, colonialismo, exotización, palabras necesarias para hacer lecturas responsables de la cultura, y así poder hacer lecturas de la moda.
El desequilibrio de poder es una de las grandes razones por las que esta estrategia de Dior ha sido ampliamente criticada por artesanos, etnógrafos, gestores culturales y académicos. El trabajo de las artesanas y los artesanos mexicanos es expresión de su identidad, de su historia, de su cosmogonía y a la vez es su sustento en un contexto que suele ser precario, en el que suelen ser víctimas de abandono estatal, de discriminación e incluso de violencias.
¿Por qué debería estar disponible ese saber de los artesanos y su valor patrimonial para comercializarse a través de una marca europea?
¿Por qué la mirada de Dior sobre estas prácticas artesanales populares las viste de lujo frente a los consumidores de este segmento?
¿Qué nivel de intercambio creativo y material define esa colección como un trabajo colaborativo y no solamente una relación de contratación de mano de obra?
¿Es equitativo el lucro de los diferentes actores (tanto en dinero y en visibilidad) siendo una colaboración?
Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta exacta. De hecho, se leen posturas encontradas en los análisis que se han regado por Instagram en los días siguientes a la pasarela. Al final de este texto, compartiré algunas posturas de actores de la industria y el sector artesanal de México.
Antes de hacerlo, comparto mis reflexiones sobre la forma en que se lucran ambos actores (Dior y la comunidad artesanal involucrada en el proyecto).
En México, existe una porción de la población que valora las creaciones artesanales locales y que, a través de los mercados populares, compra el producto que le vende la artesana, al valor que ella le da a su tiempo y conocimiento.
Ahora llega Dior a buscar ese trabajo artesanal. ¿Cuánto debe pagar para que nos parezca “justo”? ¿lo mismo que cobra la artesana en el mercado? Para algunos, podría ser suficiente. Otros medirán pensando que el valor de un producto Dior es tan elevado, que tendría que existir una retribución proporcional a ese precio final.
¿Por qué está realmente pagando Dior?
No es solo por horas de trabajo. No es solo por mano de obra (a la que Dior puede acceder ya fuera de México). Es por un conocimiento extraordinario, tanto que encapsula una identidad: en la artesanía tradicional mexicana está plasmada la memoria e historia de una colectividad. Su creencia, su relación con la naturaleza. No es solo el color, propio de sus tintes, ni la flora o fauna plasmados en los bordados, sino una forma de crear que delata todo un modo de vida.
Toda esa riqueza patrimonial metida entre las fibras de cada diseño se convierte en “producto de lujo” al recibir el respaldo del nombre de Dior, una marca dirigida a los dueños de otro tipo de riqueza.
La artesana puede hacer la misma pieza y ofrecerla en el mercado popular, donde probablemente no llega la clientela capaz de pagar lo que vale el Huipil que venderá Dior. Donde probablemente llegarán clientes a regatear y a comparar precios entre una artesana y la otra. Sus clientes del mercado ven en su diseño una expresión popular y hacen una valoración diferente a la que hace el segmento consumidor de lujo. La prenda en el mercado igual es un tesoro para ser usado por su comprador, pero la que compra el cliente de Dior tal vez será para guardarse como una inversión, un objeto que gracias a su marquilla (más que su origen) acumula valor y se puede revender. Son visiones que valoran la artesanía en relación con el dinero. ¿Será esa la mejor forma de indicar su valor?
Una de las razones por las que es difícil evaluar el tema del lucro es que las comunidades artesanas no solo ponen su trabajo sino el valor intangible de su identidad. Dior no solo está comercializando prendas hechas a mano por artesanos de alto nivel, está construyendo un relato de marca ligado a la identidad de esas comunidades mexicanas, ligado a la identidad de artistas mexicanas (como Frida y Elina Chauvet), ligada a una identidad país. ¿Cuánto vale eso?
Hasta ahora, no hay una cifra del pago a los artesanos, más allá de un rumor de que “se les pagó muy bien”. Nuestras posibles ideas de un “pago justo” son ESPECULATIVAS. No solo porque no podríamos avaluar en dinero esos intangibles de altura patrimonial sino porque una cifra no puede contener el bienestar futuro de esos artesanos o la identidad de sus pueblos.
Escogí arriba la palabra “especulativa” por una razón: porque el lujo contemporáneo ES especulativo. Que un bolso pueda valer mil o veinte mil dólares es solo una ficción. Más allá de cuántas horas tardan los artesanos en manufactura o la singularidad de las materias primas, el valor del lujo se eleva a partir de los relatos de marca. Si la marca logra vender ese relato a suficientes personas con poder adquisitivo, esa ficción será suficientemente sólida para que un Huipil de Dior cueste más de 5 salarios mínimos, así sea idéntico al que se ofrece en los mercados. Se cobra eso porque alguien está dispuesto a pagarlo.
Lo que quiero decir es que aquí se evidencia una estratificación de la artesanía. Que además no corresponde con el saber-hacer, o las horas de trabajo. ¿Qué se necesita para enaltecer estos productos y sus creadores? ¿La curaduría estética de una mujer blanca del norte global? ¿La etiqueta? Nos queda claro que el apellido francés de Monsieur Dior pesa más que el nombre de todos los artesanos de los talleres mexicanos. ¿Ya entendemos dónde está el desequilibrio de poder?
¿Qué piensas acerca de esto?
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