De porqué en Colombia el concepto de imagen electoral casi siempre ha sido señorial .
Era casi la recta final de la campaña para elegir al Presidente de la República de Colombia en 2010. La segunda vuelta era a muerte, luego de que la maquinaria tradicional se diera cuenta de que Mockus, símbolo de la academia, contara con una fuerza electoral poderosa . Juan Manuel Santos, delfin y heredero del establishment político, encarnaba una fuerza política tradicional: Sastre inglés, esposa elegante y sobria, sonrisas formales . El enfrentamiento de dos concepciones de imagen distintas, que tomó forma en el show de Yo,José Gabriel.
Fue contrastante ver a las dos probables Primeras Damas de Colombia entrar al estudio del programa . Las dos encarnaban distintas formas de hacer política. Adriana Córdoba entró usando Converse verdes, sin maquillaje, encarnando bien su estilo desenfadado. Clemencia de Santos entró con vestido formal, maquillada. Recuerdo los comentarios en mi círculo cercano de desaprobación hacia la primera “¿Es aquella la que sería Primera Dama si Mockus ganase?” preguntaban con desdén. Y oyendo esto me pregunté : “¿Seguimos siendo señoriales en la moda, sobre todo en el aspecto público?” “¿Es posible juzgar a un político y su facción por lo que viste, sin más ni más?”
Creí que habíamos superado las épocas donde votaron por Kennedy al verse más guapo que Nixon en el debate televisivo de 1960, pero leyendo y releyendo la historia de la moda y poder en Colombia, me di cuenta de que por lo menos aquí en Colombia no es posible discernir sobre política e imagen de manera parcializada, como sostiene Robyn Givhan, columnista del Washington Post : “No sé si hay estilos particulares que indiquen liberalismo o conservadurismo. No creo que los de la izquierda se vistan de manera profundamente diferente a los de la derecha. Seguro, está el estereotipo de que las mujeres con tendencia hacia la izquierda son vegetarianas y usan sandalias Birkenstock y que las de derecha usan remilgados trajecitos sastre y perlas.”
Error. Ni aquí ni en Estados Unidos, donde una republicana siempre será recordada como la “mamá de fútbol” Sarah Palin. Aquí sucede algo similar, pero el efecto va mas allá de la típica caricaturización. Pasa por el prejuicio y la jerarquización, estos en últimas son los principales elementos en Colombia para juzgar a las figuras del poder. Como quien dice, no se burlan de Álvaro Uribe por sus desvaríos, también usan para su caricaturización y depreciación, por decirlo de algún modo, su outfit de típico capataz paisa, su sombrero y su carriel. El es “poco elegante”, mas “bárbaro” que los políticos de Bogotá. Y el , por otro lado, usa su “provincianismo” rural para mostrar una imagen de hombre fuerte y no de politiquillo de salón de manos manicuradas.
Porque hasta el sol de hoy es posible hablar de políticos de extracción popular, que con su estética e imagen de campaña se hacen elegir para curules importantes de la vida pública, pero que al mismo tiempo portan una imagen característica que no deja de desligarse del prejuicio a la hora del debate o el desprestigio. Quizás en el inconsciente colombiano siempre se hayan establecido posiciones radicales sobre quienes acceden al poder y quienes no, y el cómo van vestidos determina en gran parte sus roles . Eso lo explica Antonio Montaña en su estudio del vestuario desde 1830 hasta 1930:
“El concepto de elegancia: utilización del traje como patrón de status y símbolo de derroche ostensible, fue ajeno hasta hace no mucho tiempo al mundo del campesino de los Andes, cuya educación-y esto quiere decir sistema de pensamiento y escala valorativas- estuvo fundada y dirigida por la ortodoxia católica y sus constantes prédicas sobre las virtudes de la humildad y los peligros del orgullo. Mejor que un traje nuevo, usó el limpio para asistir a las ceremonias religiosas (…) Llevó ruana cuando los patronos usaron capa”
¿Habría ganado Jorge Eliécer Gaitán la dirección del partido Liberal en los años 40, y se hubiera proyectado como posible presidenciable si vistiera como los furibundos miembros de su movimiento (JEGA), de ruana y alpargatas?¿Habría sido “aceptado” por esa élite aristocrática y oligárquica que conformaba en ese momento el escenario político si Amparo Jaramillo en vez de piel de visón hubiera vestido como una de las “chinas” que hacían oficio en las casas? Imposible. Gaitán se elevó arriba de su pueblo para ser adorado por este, e insertarse en los altos círculos. Era como ellos, pero al mismo tiempo estaba sobre ellos, y eso lo conseguía vistiéndose de saco y corbata.
Indios vestidos, cachacos y artesanos.
“Los misioneros no vistieron al indio: lo cubrieron(..) Difícil, en cambio, resultará conseguir en negros y mulatos obediencia a vestir según la usanza que las autoridades coloniales consideraban aceptable. Opinaban que para las mulatas y negras libres el vestido no resultaba signo de recato, sino instrumento de coquetería”
La jerarquización del traje y el poder colombiano comenzó a marcarse directamente, de este modo, desde la Colonia. Con la Iglesia Católica como profunda mediadora en el proceso de determinar a través del vestido quien era quien a comienzos del siglo XVI, el pudor y el adorno eran elementos de la mujer poderosa y “honesta”, como se ve en el cuadro de la esposa del Marqués de San Jorge, un siglo después. La mujer blanca no sale de casa, no ocupa el poder. La mujer negra y mulata no usa zapatos, debe saltar y correr. La ruana es un foco de infecciones, y claramente será visto como un símbolo de rango “inferior”, hasta mitades del siglo pasado. Los esclavos son sexuales su ropaje es sucio, de calidad inferior , los dignatarios se adornan pero para el poder y la ostentación entre sus pares.
Esto comenzará a cambiar en tiempos de la Independencia. Las mujeres por primera vez ajustan sus atuendos para hacer parte de la revolución. Sus vestidos se hacen sencillos, usables. Pero otra cosa pasa con sus maridos: la élite criolla sigue usando la levita, y así lo hará con todas las variantes que en ella se hagan en Europa, aunque tarden las modas en llegar (¿suena familiar?). Se diferenciarán de ese pueblo al que querrán excluir y mantener en la servidumbre. Y así, se comienzan a configurar como centro cultural y vestimentario, el ideal que debía seguir un país joven. Ellos guían. Ellos son diferentes.
De ahí nacieron los cachacos. Cuentan que Francisco de Paula Santander trajo un abrigo inglés llamado “cachet coat”. Cuando se criollizó, sus portadores se convirtieron en “cachacos”, esos mismos jóvenes que tiempo después serán los rebeldes que se opondrían a las políticas de Simón Bolivar, y que para 1854, serán los que se opongan a los artesanos en su afán de progresismo, y se vean como “elegantes” y civilizados políticos que están en contra de los “ruanetas” que nunca se modernizaron. (Lancheros, 2011). Y así seguirán hasta mitades del siglo XX.
La posición política siempre ha sido relevante para luchar por el poder. Nazis contra americanos, sans-culottes contra monárquicos en la Revolución Francesa, católicos contra protestantes. Pero en Colombia, en un siglo plagado de guerras civiles, el atuendo que obtenga el poder será el que se impondrá como ente regidor de la modernidad, y el progreso. Obviamente, sin dejar nunca ese aspecto señorial de quien es el que manda y quien es el que trabaja. Y el que trabaja será apartado del círculo de poder desde su atuendo (Lancheros, 2011,p.35). Porque el que manda está encima de los otros, representa algo “superior”. Y esto lo encarna su vestido, tal y como se hacía en la Colonia. Sus ideas son superiores, así mismo sus maneras e imagen.
Por eso no será raro que para el siglo XX y comienzos del XXI, para el político popular será un avance lento llegar a la esfera pública. Porque a pesar de chulavitas, de liberales y conservadores, su élite cachaca y europeizada seguirá siendo la misma. Y sus votantes, también. No se concebirá la elegancia de un político ni la legitimidad de su posición sin su atuendo tradicional. Solo funcionará, en las provincias, la imagen del hombre “de pueblo”, para conquistar su afecto. Esto solo ha sucedido con Alfonso López Michelsen, tradicional político de salón, ataviado con sombrero vueltiao, y con el propio Álvaro Uribe en sus consejos comunales.
¿Y las mujeres?
En las guerras civiles las mujeres volvieron al mismo rol que obtuvieron en la Independencia: espías y prácticas en sus atuendos, con el único plus de que esta vez usaron los vestidos dedicados a la ornamentación para no ser descubiertas.
Apenas llegaron al poder, vieron en la moda frivolidad. Nunca se vió a Maria Cano vestida como una flapper de los años 20. La mujer en Colombia que ostentó poder mas allá del ornamento vio en la moda una frivolidad reservada a los magazines femeninos, y a esta esfera propiamente, la hogareña, la de la inutilidad ociosa. La mujer en el poder carecía, en apariencia de toda femineidad. Eso se ve en un artículo de Cromos en el año de las elecciones presidenciales, al hablar de Adriana Córdoba, la esposa de Mockus. Hernán Zajar dice que ella necesita “un fashion emergency, pero no es una prioridad en su vida porque es una mujer brillante”. El cerebro de una mujer excluye todo atisbo de elegancia o belleza física. Las dos cosas, son incompatibles cuando se habla de una mujer en el poder en Colombia.
Las Primeras Damas, que siempre han sido objetos decorativos o de labores sociales, solo podían ser producto del círculo social de su marido. Elegancia, decoro. Suntuosidad reservada a los altos círculos, siempre dando toques “humanos”, cálidos, a través de la moda, que demuestran que está al nivel de su consorte. Y esto se sigue conservando hasta ahora, como regla general. Aquí no se puede hablar de si representan un “aire” en la línea política de sus maridos: Acá no existe tal cosa. Se limita solo al estilismo, si son “fashion victims”, o se viste como sus madres y abuelas, en su círculo y contexto social, lo han hecho.
Ciertos cambios.
Con la creación de nuevos partidos políticos a partir de la última década del siglo XX, y la primera del siglo XXI, un nuevo tipo de candidato surgió, mas allá del hombrecito de salón y el provinciano feroz. Activistas por los DDHH, afrodescendientes, indígenas, académicos, candidatos de extracción popular que pronto llegaron a posiciones de poder, y fueron y han sido criticados por su apariencia, aparecían en la esfera pública . Si bien es necesario cierto estilismo cuando se llega al poder ¿hasta qué punto se niega la esencia del mismo candidato y sus electores al cambiarlo? ¿Hasta qué punto puede influir realmente? Gloria Saldarriaga cambió la imagen de Petro antes de ganar la campaña para la Alcaldía de Bogotá, pero no fue por esto que fue elegido. Es más, ha sido criticado por su gestión y burlado por su apariencia. Acá no se cumple la máxima de Patrycia Centeno, que coloca como un mantra en su libro “Poder y Moda”:
“ Porque si al escoger la ropa que nos ponemos cada mañana, nos estamos definiendo, una persona pública, como lo es un político, está obligada a cuidar muy bien qué trozo de tela se pone encima. La forma, medida, caída, uso, color, tejido, origen, marca, etc., de la prenda reafirmarán o distorsionarán su mensaje al mundo. Por tanto, bien vale echarse un vistazo en el espejo antes de salir de casa. Aunque solo sea por respeto a los ciudadanos que, además de escucharles, también deben verlos.”
Eso no pasa en Colombia. Con una clase política tan poco creíble, lo que antes los identificaba como un símbolo idealizable, es ahora un símbolo de caricatura, casi un tatuaje de identificación que ahora los convierte en parias de la opinión y la imagen. Lo señorial parece que estuviera muerto, al ver a los tataranietos de aquellos idealistas elegantes de salón y de oxfords seguir el mismo camino de sus ancestros , pero solo es un espejismo, pues sus gobernados siguen votando por ellos. El colombiano en campaña preferirá al corbatudo que le de confianza, y no al barbudo de mochila que siempre criticó por decir verdades incómodas. Eso también es político. Es herencia de los prejuicios contra los activistas de los 70, 80, por el look que los guerrilleros del M-19, el único grupo colombiano que alguna vez contó con dirigentes ilustrados, adoptaron en la vida política y antes de ejercerla sin armas. Y claro, también por los muchos intelectuales que siguieron ondas marxistas, y que se alistaron en los grupos insurgentes. Por eso un mochilero académico produce tanta desconfianza, tantos prejuicios. Y en política y moda, los estereotipos de imagen siguen siendo en blanco y negro, lamentablemente. Por eso se prefiere criticar y no votar por alguien de apariencia diferente, y si confiar en nuestros ajados y maniqueos criterios de buen gusto, confundidos con una concepción simplista de la política.
Bibliografía.
Antonio Montaña. Cultura del Vestuario en Colombia. Antecedentes y un siglo de moda (1830-1930). Fondo Cultural Cafetero, Bogotá, 1996.
Patricya Centeno. Moda y política, la imagen del poder. Ediciones Península, Barcelona, 2012.
Luz Lancheros. Tipos y Estereotipos: Representaciones del ciudadano bogotano en las ‘Andanzas’ de Mario Ibero (1943-1946). Tesis de Grado, Carrera de Comunicación Social- Periodismo. Facultad de Comunicación Social, Pontificia Universidad Javeriana, 2012.
2 Responses
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