Con el sombrero de copa, rígido por naturaleza, convertido en un símbolo burgués, por tanto, estatalista y conservador, el que quisiera demostrar una mentalidad contraria y liberal lo haría recurriendo a un sombrero flexible, opuesto a la rigidez de la chistera; según Eduard Fuchs, todavía en los años 1930 este tipo de sombrero tenía un “tufo revolucionario”. Seguramente debió de ser así para los más conservadores incluso en América, puesto que si bien Pancho Villa solía llevar un sombrero de charro, claramente el suyo era flexible, al igual que el de Emiliano Zapata.
Pero la relación sombreros flexibles/revolución, al parecer se remontaba al siglo XVII. Dijimos anteriormente que los hombres de Versalles preferían las pelucas, y no hay que olvidar que Carlos II de Inglaterra cuando chico fue criado en Francia, bajo todo el boato de esa corte. Cuando este hombre restauró la monarquía en su país (1660) llegó desplazando las modas existentes mediante decreto, esto significaba que el sombrero blando de ala ancha empleado por sus súbditos debería desaparecer; pero dicho sombrero encontró refugio al otro lado del Atlántico con las migraciones de republicanos, puritanos y cuáqueros que se instalaron en Norteamérica, donde prosiguió su existencia sin que la moda lo asediara. Al convertirse en prenda insigne de la guerra de liberación norteamericana, el mundo recordó dicho sombrero y urdió su asociación con liberales independentistas, amantes de la libertad.
Para principios del siglo XX, otro tipo de sombrero había entrado ya en escena: el bombín. Era fácil de producir en serie, y parecía menos formal que el sombrero de copa. En lo sucesivo, y hasta los años 1930 el sombrero de copa llegó a representar la formalidad extrema y sobre todo a tener una connotación bastante diplomática. Luego, un sinnúmero de formas, copas y grados de flexibilidad empezaron a cubrir las cabezas de los caballeros del siglo XX; lo esencial es que en la primera mitad del siglo era una prenda indispensable para el caballero. Tan imprescindible que ni siquiera futuristas como Marinetti o Balla se negaron a llevarlo; ellos, que abogaban por una reforma radical en el traje y que encontraron en la ropa masculina el espacio perfecto para retar la uniformidad que la había caracterizado por casi cien años llevaron bombines y borsalinos combinados con sus extravagantes chalecos de colores bordados con las formas y líneas dinámicas de su arte. ¿Pero qué representaba portar un sombrero? Una publicidad norteamericana de 1961 arroja pistas.
Los años sesenta hoy son vistos como la época de una transformación sartorial sin precedentes en la moda masculina, y en general en la industria de la moda. Significó un periodo de liberación en todos los ámbitos de la vida pública y privada y cierta soltura frente a las convenciones concernientes al comportamiento y a los antiguos valores sociales. Era la época en la que la juventud más que ser una etapa de la vida daba la posibilidad de mostrarse distinto y sobretodo denigrar de la vieja idea de que vestidos como los padres se llegaría a ser hombres de bien, y esto implicaba una nueva búsqueda indumentaria en la que beatniks, mods, rockers y hippies tomaron la delantera. Ante esa circunstancia, el sombrero, hasta entonces símbolo de respetabilidad social masculina quedaría más que desplazado; y los fabricantes previendo el declive de su industria les recordarían a los jóvenes la importancia de mostrarse serios y de proyectar cierta credibilidad que supuestamente generaba el sombrero.
La publicidad de la que hablo trae la imagen de un beatnik y advierte: “Si te pareces en algo al tipo de la foto puedes dejar de leer esto ya”, agrega que “los hombres que toman las decisiones tienen profundamente arraigado el hábito de reservar los trabajos que requieren de responsabilidad para aquellos jóvenes que aparentan la suficiente madurez”… pero según prosigue el texto, lo más importante es lo que hay debajo del sombrero, sólo que “llevarlo es simplemente una de esas pequeñas cosas que le facilitan a un hombre joven llegar a donde quiere llegar”. En resumen, un sombrero proyectaba poder, puesto que en otro de sus párrafos la publicidad señala que quienes elegían también lo usaban; también confianza en sí mismo y sobre todo era un facilitador del éxito profesional. ¿Qué pensarían estos publicistas cuando ese mismo año el nuevo inquilino de la Casa Blanca llegaría a su posesión presidencial desprovisto de sombrero? Con el ello el joven presidente John F. Kennedy violaba las reglas tradicionales del decoro. Si durante la década de los cincuenta los hombres de clase media usaban sombrero casi todos los días, y “se creía que el sombrero adecuado hacía la diferencia entre estar bien vestido y estar vestido”, ya para principios del siguiente decenio estas piezas empezaban a pasar de moda. Según la historiadora Valerie Steele, en Norteamérica, “para 1964 el autor de un libro sobre elegancia escribió: «¡Bravo por los hombres que todavía usan sombrero!».
Esta salida del sombrero como complemento cotidiano de la indumentaria masculina se haría prácticamente universal, relegándolo a las faenas del campo donde conservaría su función de prenda protectora, mientras que en el ámbito urbano se le tendría por prenda para los adultos mayores, y los más jóvenes, especialmente aquellos adeptos al rap u a otras corrientes musicales urbanas cubrirían sus cabezas con gorras ―cachuchas, para otros países de habla hispana―. Sin embargo, a finales de la década de 2000 el sombrero apareció esporádicamente adornando las cabezas de aquellos que buscaban otros aires en su apariencia y que no se ceñían a la normativa de la moda dominante; pero no sin despojarse de un tufo pintoresco y llamativo. En respuesta a estos brotes nostálgicos hubo intentos por parte de la industria de regresarle al sombrero su olvidado prestigio, fue así como empezaron a verse de nuevo en alfombras rojas y en propuestas de líneas masculinas de firmas prestigiosas (Lanvin, Dior ó Dolce & Gabanna, para 2011) que abogaron por su regreso. Sin embargo en la moda, la existencia de una propuesta no garantiza su difusión inmediata, por lo cual podríamos decir que en la vida cotidiana urbana, pese a las buenas intensiones de diseñadores y seguidores de la moda, de esta insigne prenda sólo queda la expresión: “Me le quito el sombrero”.
Para una ampliación del tema véase:
El capítulo del sombrero. En Toussaint-Samat, M. (1996) Historia técnica y moral del vestido, 3. Complementos y estrategias. Madrid: Alianza.
Boucher, F. (2009) Historia del traje en Occidente. Barcelona: Gustavo Gili.
El traje burgués. En Fuchs, E. (1996). Historia ilustrada de la moral sexual. Tomo 3. Alianza: Madrid.
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De sombreros y actitudes… Primera parte | Portal de Moda, Desfiles, Tendencias fashion, Diseñadores
enero 22, 2012[…] Continuar con la segunda parte… […]