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Pues sí, siendo una película que confronta uno de los ejercicios de mayor dificultad en un país que ha sido incapaz de asumir un ejercicio de duelo colectivo, resulta muy revelador como durante el desarrollo de la misma se formulan a través de diversos escenarios uno de los ejercicios más complejos de la memoria que tienen que ver con el recuerdo o la forma de preservar la misma.
Memoria de Apichatpong Weerasethakul
Lo anterior queda reflejado por ejemplo: En la preservación de las flores por medio de unas neveras especiales, la conservación de restos humanos encontrados en la excavación de una de las obras de ingeniería sumamente problemática por el tiempo empleado para su construcción efectiva en ese proyecto de modernidad irresuelta como fiel reflejo de Colombia, en la cabina de sonido en la que se reconstruye ese eco perturbador al interior de la existencia de Jessica e incluso la forma en la que se presenta un set para limpiar la pesca a la orilla de un río en Pijao; en el los rituales del oficio de la pesca se convierten en un vehículo más para examinar elementos trascendentales de la existencia humana.
Todos esos escenarios enunciados de forma generalista se despliegan durante el transcurso de la película de forma cuidada por esas miradas curiosas y disciplinadas que fueron capaces de construir un gran documento de memoria audiovisual, bajo el encuentro sutil y contundente de la dirección de arte, el vestuario, las texturas y cómo ello a través de las interpretaciones de los actores y actrices que dan vida a la historia de la película también ha de ser disfrutada como una bella composición estética; mediante la cual se desvelan y se transita sobre diversas temáticas como el bien – estar, la salud mental, la finitud de la existencia, las conexiones invisibles entre el cuerpo físico y el espíritu, las entrañas de la tierra, las conexiones entre lo que parece intrascendente e incluso como en un entorno como el nuestro es tan sencillo encasillar y señalar una existencia que no se ajuste a eso que se ha enunciado como el canon de lo “normal“.
El sonido es uno de los elementos transversales que acompañan la apuesta de Memoria, y es por ello que una vez se estrene la película en Colombia el día 30 de septiembre del año en curso, que mejor obsequio que rescatar y regresar a ese espacio intimo y de silencio en cada una de las salas de cine en la que será proyectada la película; pues no es sólo aquel estruendo personal que acompaña a Jessica, si no que son a su vez son múltiples los momentos en los que el sonido es protagonista: el sonido de la lluvia, del río, de las alarmas de los coches en un parking, el ensayo de un grupo en el que sale el músico César López, y cómo no múltiples escenas donde el silencio se toma por completo la sala y la pantalla.
Dos nombres claves que exigen un reconocimiento directo son los de Catherine Rodríguez en diseño de vestuario y el de Edna Yandar como jefe de texturas, donde la mirada de ambas mujeres fueron determinantes para quedar conmovido desde la sutileza de las composiciones cuya selección de colores y materiales; ayudaron a construir un gozo visual extraordinario.
Es decir, si prestan atención a todos los planos generales – que en realidad tienen gran prelación durante la película – atendiendo las escenas en exteriores e interiores podrán encontrar armonía y diálogo entre la humedad de una la pared y las prendas del reparto, la visita médica tanto en Bogotá como en Pijao y el atrezzo que lo acompaña, la sala de conservación de los restos encontrados en la excavación del túnel de la línea, las bellas ilustraciones que Jessica consulta en atención a las flores y los agentes que pueden amenazar su conservación (hongos – esporas) y la forma en que va vestida, el plano general de la escena del río y la pesca del día acompañada por las prendas de los protagonistas, en la caminata buscando una nevera por uno de los sectores comerciales y populares se captura quizás una de las luces más bellas que puede tener Bogotá e incluso durante el transcurso de la misma con los extras hay una sensibilidad cromática extraordinaria, en la cena con su hermana una vez recuperada de su estadía en la clínica y cómo la sala del restaurante acompaña también unos tonos específicos que se contraponen incluso con la forma en la que esta dispuesta la mesa, los espectadores que acompañan la sala de ensayo del grupo de música donde cada uno de ellos va vestido con colores complementarios, o momentos como el acontecido en el parque de la independencia de Bogotá a la merced de la base de la estatua de Nicolás Copérnico hay una armonía estética con las prendas que tienen Jessica y Hernán y así por mencionar algunas escenas de la película.
En definitiva, la invitación que nos extiende la belleza sutil que se despliega de principio a fin en Memoria también nos deja una serie de reflexiones acerca de los hechos que pueden tener la vocación de adquirir el carácter de memorable. Como los mismos exigen transitar ejercicios de índole personal y también otros tantos de orden colectivo, con el propósito de ir tomando mayor conciencia acerca de lo qué nos contamos, de lo que nos han contado, de lo que compartimos, de lo que recordamos y cómo lo recordamos, de lo que hemos evitado contar, pero que exige ser contado para evitar ser olvidado y sin duda alguna las miradas que convergen bajo la dirección Apichatpong Weerasethakul y la producción de Diana Bustamante; asumieron un reto titánico pero a su vez oportuno no sólo para Colombia, si no para el resto del mundo que va a entrar a confrontar la película en medio del cambio de época en el que estamos inmersos, bajo un marco de adaptación continua que naturalmente también ha sido exigente para procurar entender la realidad de los presentes y los ausentes en el marco de lo que hemos consensuado dentro de lo efímera y fútil que es la existencia.
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