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ocos eventos de moda me han tenido tan expectante como la última Gala del Met y el desfile de Chanel en Cuba. La temática “Manus x Machina” propuesta para este año por el Costume Institute y el hecho de que la marca de moda más emblemática del mundo eligiera La Habana para presentar una colección por primera vez en Latinoamérica me hicieron soñar con posibilidades creativas. Mi decepción fue mayor al principio. Pero pasado el shock inicial, mi visión es de gran esperanza. El cambio se viene y es inevitable. Y no será por mano de los “grandes”.Siempre he defendido “la cabeza” que esconde el mundo de la moda: la creatividad, el pensar, el esfuerzo, el oficio… El proceso creativo-constructivo que convierte el acontecer socio-económico-cultural en prendas y formas que simbolizan el momento histórico que atraviesa la sociedad. Me encanta la moda como espejo. Basta con observar un poquito para saber dónde estamos parados. Y confieso que lo que pude ver sobre ambas presentaciones me pareció inicialmente – salvo pequeñas excepciones – poco, pobre, superficial.
ALFOMBRA PLATA
Cuando el curador Andrew Bolton presentó la temática “la moda en la era de la tecnología”, reflexionó visualmente sobre lo absurdo que resulta pensar en ambos temas como una dicotomía y quiso demostrar lo complementarios que son. Como emblema eligió un vestido de Alta Costura diseñado por el mismísimo Karl Lagerfeld para Chanel, quien lo ilustró a mano. La creación fue luego manipulada por computador y se diseñó el patrón de la cola usando pixeles que luego fueron pintados a mano sobre la misma. Parte de su construcción se hizo gracias a la impresión 3D y fue finalizada a mano por las “hadas” de la firma, utilizando perlas y pedrería.
Una estructura construida dentro del Met – un híbrido entre un atelier del siglo XXI y un laboratorio tecnológico, según las palabras del mismo Bolton – alberga la muestra que convocó una procesión de celebridades el pasado 2 de mayo. Si bien la alfombra roja como tal no defraudó mediáticamente, sí lo hizo la elección de prendas.
Emma Watson, Lupita Nyong’o y Margot Robbie fueron algunas de las excepciones, con vestidos que además de simbolizar la fusión entre el trabajo manual y la tecnología demostraron las posibilidades de generar nuevas fantasías a partir de lo utilizado y desechado: las tres llevaron vestidos cuya materia prima derivó del reciclaje. A eso se sumó el styling, especialmente el de Lupita Nyong’o, que evocó peinados tradicionales de origen africano.
La superficialidad del análisis de los “especialistas” quedó en evidencia a la hora de leer los reviews: importaban los looks, el glamour, lo comercial. Una vez más se quedaron en el “vestida(o) por…” y en el “se ve espectacular/espantosa(o)” y no en el fondo, en la sustancia. Emma Watson una vez más demostró su astucia: preparó un video en el que se explicaba exactamente cómo estaba construido su vestido. Sabía que pasear y posar a la entrada del museo no sería un statement lo suficientemente fuerte. Otras, como Sarah Jessica Parker, recurrieron tardía y desesperadamente a las redes sociales para defender y explicar su elección tras haber sido crucificada por los medios sin fundamento.
Cual regreso a los años sesenta, reinó el plateado ¿Acaso la visión de futuro no ha cambiado desde Barbarella? El film Sleeper (1973), de Woody Allen, tuvo hace más de cuarenta años un acercamiento mucho más profundo al futuro de hoy que lo que se vio en Nueva York hace apenas una semana.
Contrario a lo esperado por Bolton, no hubo mejor muestra de la dicotomía entre Manus y Machina que el espectáculo mediático que provocó la muestra. La liviandad de los medios y el daño que produce la necesidad del reporteo inmediato y sin sustancia quedó en evidencia. La rapidez con la que los diseñadores deben “inspirarse” y crear piezas que ojalá queden para la posteridad por buenas y no en la lista de “peor vestidas” de sus clientas demostró la pobreza intelectual que reina entre las marcas que aún se consideran emblemáticas.
El miedo a no figurar en las revistas de siempre, a no verse bien e incluso a envejecer se vio plasmado en el exceso de maquillaje y tecnología médica: el botox y las cirugías le dieron el toque apocalíptico a una noche que podía haber sido espectacular pero optó por más de lo mismo.
AL SUR…
Menos de 24 horas más tarde, un nuevo circo brindó su espectáculo. El lugar elegido fue el Paseo del Prado, en la Habana. Al son del dúo franco-cubano Ibeyi, los pasos de los modelos – entre ellos Tony Castro, nieto de Fidel, y tres modelos mulatas cubanas – se tomaron la emblemática vía.
Era una oportunidad como pocas: los ojos del mundo estaban puestos en la capital de la isla que poco a poco reabre sus puertas al mundo y deja atrás el abismo del bloqueo. La moda puede gritar sin decir una palabra: basta un símbolo, una ilustración, una puesta en escena sólida para decir mucho. Y vaya si esta pasarela habló.
Lagerfeld nos mostró que su visión de moda es sesgada como la de Castro: al igual que la noche anterior en el Met donde los trajes Barbarelescos parecían caricaturas traídas al hoy, Chanel pareció viajar en el tiempo a los años en que Frank Sinatra disfrutaba de los casinos cubanos.
La división entre quienes realmente consumen las prendas que se vieron en la pasarela y la de los ciudadanos que disfrutaban atentos del espectáculos desde los balcones y veredas cercanos se vio intensificada con el desfile celebridades en “almendrones” (como llaman los cubanos a los autos vintage): el desfile, que podía haber hecho honor a la riqueza y diversidad de la cultura cubana, fue más bien un montaje fácil, donde el uso de clichés como las boinas con insignias y los estampados evocaron el estereotipo latino construido a costa de Carmen Miranda.
La visión fue pobre. Faltaron las metáforas y la magia. Faltó vida sobre esa pasarela. Faltó la sed de cambio, la esperanza, el futuro se que viene como resultado de la carga del pasado. Faltó peso, faltó sabor… Cuba faltó a la cita.
EL FUTURO ES NUESTRO ENTONCES
Las voces de crítica no se hicieron esperar: desde lo absurdo de montar un desfile de prendas de lujo usando como escenario un país en el que los habitantes tardarían más de una vida para costear una sola prenda, a los aplausos de muchos cubanos de por fin tener la posibilidad de ver uno de esos espectáculos de cerca. Hubo de todo: al final del día, el mundo de hoy es democrático, les guste o no a Fidel y a Karl.
Es tiempo de comprender y de abrazar el “Manus x Machina”, de usar la tecnología para construir lo nuevo sin olvidar ni el peso ni las lecciones del ayer. Si hay algo que la moda dejó claro en los últimos días es que es hora de escuchar y escribir nuevos discursos.
El mundo está experimentando crisis enormes – en los deportes, en la política, en el clima, en la educación, en la salud – y al fin siento que la moda simboliza el caos que vivimos. Ella también ve tambalear sus cimientos: llegó la hora del cambio. No será de un día para otro. Como dice la canción, “La Habana tiene ganas que se pongan para ella”. Los cambios profundos necesitan dedicación. Dedicación y cabeza. Y cabezas nos sobran. Las dictaduras van quedando atrás. El nuevo mundo es colectivo, es de todos. Dejar atrás el ego y el poder de pocos por el bienestar de la mayoría es la verdadera revolución de nuestra era. Y es la que la moda nos está entregando en bandeja.
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