E
ntre payasos, malabaristas, trapecistas, contorsionistas y entrenadores de leones, todos con las mejillas sonrojadas, en el candor aún pueril, propio del artista, El Circo de Fernando Botero llega por primera vez a Colombia. Esta caravana ha viajado por el mundo, visitando Estados Unidos, distintos países de Europa, siendo Suiza la última estación antes de levantar su colorida tienda en el corazón de Medellín, en el Museo de Antioquia.[/dropcap]
La historia del recorrido de estos artistas circenses, dibujados y retratados por Botero empieza en un viaje del pintor a la ciudad de Zihuatanejo. Allá, en la región de Costa Grande de México, conoció a un circo popular que lo llevó a un profunda reflexión sobre el papel del circo en el arte plástico. No tenía claro por qué jamás se le había ocurrido rendir homenaje a estos atléticos y artísticos seres nómadas, que de pueblo en pueblo, de puerto en puerto, mantienen una tradición viva por milenios. Se puso entonces manos a la obra: aquellos artistas le abrieron su tienda y las puertas a su vida más cotidiana, naciendo así un trabajo que en 32 óleos y 20 dibujos, hoy conforman un nuevo legado de un maestro que pinta la cultura popular a su modo más personal: en gamas de colores que pueden parecer infinitas y el uso de la volumetría, tan bien conocida en el mundo.
Aquel circo, el Circo Atayde, lo montó en un viaje en el tiempo, dejándolo en la Medellín de los años 30, cuando con seis años conoció este clásico espectáculo, que en celebración de sus 50 años, recorrían América Latina. La mezcla de esa primera fascinación por el espectáculo circense con la cercanía que tuvo con éste, casi siete décadas después es la materia prima para la creación de la nueva exposición de Botero, donde el color vibra en pinceladas gruesas y los cuerpos saltan y bailan en inverosímiles y espectaculares posiciones.
Sus colores, que forman una amplia paleta de combinaciones, son los encargados de contar una historia y de llevar su hilo. De las escenas más cotidianas, en las cuales se extiende la ropa o se juega con mascotas, al espectáculo que empieza cuando las luces se encienden y el maestro de ceremonias anuncia a sus más brillantes estrellas, una triada de tonos se hacen presentes en cada una de ellas: rojos, verdes y azules se mezclan, se casan y forman un nuevo universo en la obra de Fernando Botero.
Una obra que responde al ojo de un artista que mantiene constante la capacidad de admiración por los pequeños detalles, como un niño que va descubriendo su mundo mientras lo va recorriendo. A la vez, el niño grande que es Botero, hace con El Circo una venia teatral a la historia del arte y a aquellos pintores que como él, se han dejado embelesar por la belleza, la humildad, la extravagancia y la crueldad de la naturaleza circense. No es casualidad que una de las obras que hacen parte de la exposición, tenga como protagonistas a una mujer llamada Miss Dolly, tocaya de una de las musas de Toulouse-Lautrec, conocido por su fascinación por el circo, al lado de artistas como Picasso, Chagall, Renoir y Seurat.
Un tema que se mantiene en el tiempo, en un infantil y nostálgico espacio de la memoria. El circo de Botero es una invitación, entre formas y colores, a cierto optimismo y alegría, en un viaje a la niñez y el encuentro con la belleza más salvaje en las escenas más simples y frecuentes. La función estará dispuesta para el público hasta el 17 de mayo en el Museo de Antioquia, donde leones bebés, camellos, divas, chicos de circo, clowns y saltimbanquis estarán esperando a que sea la hora del espectáculo.
¿Qué piensas acerca de esto?
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.