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as influencias concretas del arte y la cultura china suelen disolverse entre las distintas corrientes orientalistas que repetidas veces han atravesado la historia de la moda occidental. Como ejemplo de esa disolución, cabe recordar la anotación que hacíamos en una entrada anterior, cuando referimos que hacia el siglo XIX se diseñaron y bordaron patrones florales chino-japoneses, donde el potencial estético de ambas culturas se fusionaba en una sola imagen evocadora de Oriente. Por corriente orientalista, se entiende la pasión que Occidente ha cultivado, desde siglos atrás, respecto a la estética de los pueblos del oriente medio y lejano, incorporándola a sus artes decorativas y, evidentemente, a su moda.
Sin embargo, dicha pasión ha sido politizada, especialmente a partir de 1978 cuando Edward W. Said lanzó su revelador libro Orientalismo, el cual constituye una crítica a la visión de Occidente sobre Oriente; por considerar que el primero ha utilizado la cultura de aquéllos pueblos como una suerte de chivo expiatorio de sus propios deseos, cohibidos en parte por una moral pacata; diríamos, típicamente victoriana. De este modo, el erotismo, la sensualidad y cierto desenfreno invaden el imaginario que la cultura Occidental ha construido frente a Oriente, viendo en éste último una posibilidad de realización de sus propios deseos más indecibles, los cuales materializa en representaciones como las del arte, el cine, la literatura y la moda.
Pero además, la perspectiva de Said planteó connotaciones negativas según las cuales, bajo una mirada euro centrista, Occidente asume «una postura de supremacía y segregación» frente a los pueblos de Oriente. Desistiendo de estas ideas, el enfoque que toma la exposición China: a través del espejo, es más bien el de una celebración sobre cómo el orientalismo, y China en particular, ha alimentado vigorosamente la creatividad de los diseñadores. Como expresa el curador de la exposición, Andrew Bolton, «no se trata en sí de una muestra sobre China, sino de la imagen de ésta en la imaginación occidental», y concretamente en la moda.
El título de la muestra está inspirado en la novela de Lewis Carroll, de 1871, Through the Looking-Glass, and What Alice Found There (A través del espejo y lo que Alicia encontró allí) donde Alicia entra a un mundo ficcional que Bolton paraleliza con en el modo en que los diseñadores se han aproximado a China y sus referentes, a través de la fantasía. Relata además, que los diseñadores se han inclinado por dos temas principales, los cuales sirven de enfoque a la exposición: la historia y el cine chinos. De allí que para el diseño de la muestra, cuyo consultor fue el director de cine Wong Kar Wai, se recurriera a la cinematografía como el hilo conductor que permite al visitante pasar por tres periodos de la historia del país: la China Imperial, la China Nacionalista y la República de China.
En cuanto a la historia, la exposición pone de relieve la vitalidad de su impacto tanto en el diseño textil del siglo XVIII como en el trabajo de diseñadores del siglo XX, tan renombrados como Poiret, Chanel, Lanvin, Dior, Balenciaga, Valentino, Yves Saint Laurent o Ralph Lauren. Igualmente, en creaciones de contemporáneos como Jean Paul Gaultier, John Galliano, Alexander McQueen, o Tom Ford. Esto conduce al espectador a enterarse, de forma didáctica y visualmente atractiva, de que el perfume, la porcelana, la caligrafía, las sedas y la antigua estatuaria imperial están entre los elementos de la cultura material china que han impactado las propuestas de los modistos, desde los albores de la alta costura.
Para lograrlo, a las prendas exhibidas se han yuxtapuesto objetos de las artes chinas, estableciendo un diálogo entre ambos que sugiere el origen formal de dichas prendas. Un origen que en ocasiones puede no corresponder a las intenciones iniciales del diseñador; pero que muestra la experticia del curador para establecer conexiones formales entre distintos objetos, dejando claro que el espíritu que conecta esas creaciones con China no radica en una reproducción exacta de los referentes, sino en la comprensión del carácter y la sustancia visual que compone la estética de su cultura material. Así, por ejemplo, dos vestidos, uno de Dior y otro de Chanel, ambos con estampados caligráficos, están asociados a antiguos manuscritos chinos. En su estampación la importancia simbólica no está en lo que esa caligrafía comunica explícitamente, sino en el valor decorativo de los grafemas y en la estilización que estos les aportan.
Esa yuxtaposición también expone, acertadamente, la forma en que los referentes chinos han sido adoptados desde la visión particular de cada diseñador. Chanel, por ejemplo, adaptó a su estilo sobrio y moderno la imaginería chinesca de los biombos de Coromandel, que tanto apreciaba y coleccionaba. Los ejemplares de influencias chinas de la diseñadora son extraordinarios, ya que el orientalismo de principios del siglo XX suele verse con una expresión fantasiosa y estrafalaria que tiene en Paul Poiret a su máximo exponente. No obstante Chanel, en sus devaneos con esta corriente orientalista, obvió cualquier fantasía dramática que fuera en contravía de su universo creativo, el cual correspondía a un compromiso consigo misma y con sus congéneres modernas, de crear prendas desembarazadas de adornos superfluos y rimbombantes.
La muestra, como es de esperar, también da espacio a la ópera China. Si la disneización de los museos alguna vez fue un supuesto teórico, es precisamente en ese espacio donde aquél supuesto se hace innegable, dado que allí una atmósfera sintética borra límites entre realidad y ficción, creando un ambiente sublime, cuya fantasía es capaz de transportar al espectador sumergiéndolo en un paisaje chinesco, con la luna reflejada en un falso espejo de agua y sonidos altamente sugestivos. Sobre ese espejo reposan un grupo de piezas creadas por John Galliano para Dior, en las cuales se amalgaman Oriente y Occidente en una fusión de elementos de la ópera de Pekín y el teatro kabuki de Japón. Además, otras dos de Martin Margiela construidas con vestuarios de ópera, reciclados de los años treinta.
La literatura china ocupa la última de las doce galerías del Museo en las cuales se despliega la exposición. Se exhiben en ella ejemplares de la moda contemporánea que aluden al wuxia, un género literario con más de dos mil años de antigüedad que trata sobre historias de héroes marciales. Las prendas allí presentadas se conjuntan con objetos de mayor antigüedad del arte budista chino que posee el Museo.
Las exposiciones de moda no son algo reciente, el MET viene realizándolas ya desde los años ochenta; y varios museos alrededor del mundo han celebrado en sus salas los aportes de los diseñadores al progreso de la cultura. En algunos casos el museo como tal ha sido consagrado a un diseñador, piénsese en el Museo Balenciaga, en Guetaria; o el de Dior, en Granville. Sin embargo, todavía hoy este tipo de espectáculos generan polémica, o son puestos en cuestión por críticos que preservan la visión de una supuesta naturaleza del museo que consiste en ser un espacio sacrosanto para el ensalzamiento del arte y el compromiso de éste, también supuesto, de cuestionar permanente el status quo. Además, porque se ha considerado que celebrar el trabajo de un diseñador, con una marca activa, puede conducir a fines netamente publicitarios, que se apartan de la función formativa y cultural que han de asumir los museos. Esa fue la polémica desatada, por ejemplo, por la exposición de Armani en el Guggenheim de Bilbao. No obstante la críticas, las exhibiciones de moda han demostrado ser exitosas al congregar masivamente a públicos diversos, dándoles a conocer otra dimensión del diseño que tiende a esfumar, por fortuna, la sonada frivolidad de la moda. Quizás ese éxito radique en el poder que la accesibilidad le confiere a la ropa ya que, como asegura Andrew Bolton, «todos nos vestimos» y este es un hecho contundente para que logremos identificarnos con las prendas que vemos exhibidas en exposiciones de moda. Esa accesibilidad permite soñar, desear lo que se ve y, más importante aún, transportarse a otra dimensión del tiempo que conjura en la imaginación una serie de imágenes que nos llevan a suponer el pasado, la grandeza y la destreza de los seres que alguna vez habitaron y confeccionaron esas prendas.
Una exposición como China a través del espejo, más que cuestionar la mirada de Occidente sobre Oriente, conduce al espectador a esas elucubraciones sobre un pasado mágico y exótico tanto de la cultura china como de la maestría del oficio de los artesanos que bordaron, emplumaron, cortaron y cosieron esas prendas; igualmente, sobre un pasado todavía glorioso de la alta costura, cuando esta atravesó por etapas de exuberancia, produciendo asombro por su desbordada singularidad y conexión con tierras lejanas; para Saint Laurent, por ejemplo, podríamos decir que China no era un territorio anodino, era más bien como la mítica Catay de los viajes de Marco Polo. No hay nada de superficial en ello, ya que los diseñadores al comprometerse con lo netamente estilístico y visual se liberan de politizar y problematizar contextos culturales, y en ese proceso generan distintas perspectivas para pensar a Oriente, dice Bolton, configurando así una forma de transmitir ideas muy sutiles que, según él, «pueden ser, o no, de fácil acceso». Por eso considera que «lo más bello del MET, es poder utilizar la riqueza de sus colecciones para crear diálogos visuales que propongan diferentes formas de entender ambas culturas». Es precisamente eso lo que logró con esta magna exhibición.
Esta nota ha sido posible gracias al generoso apoyo del Programa de Diseño de Vestuario, de la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín-Colombia.
Magdalena Garcia
junio 17, 2015Esta muy interesante el articulo.